jueves, 2 de agosto de 2018

TITULARES #14 AGOSTO 2018





Exposición Caracas en tres tiempos




Aunque comúnmente asociamos la inequidad con la distribución de ingresos y oportunidades económicas, también está estrechamente asociada con diferencias en el territorio. Los asentamientos informales producen inequidad al estructurar y perpetuar condiciones urbanas de exclusión y diferencia. Transporte urbano, servicios públicos, educación y capacitación son categóricamente distintas para personas que viven en un asentamiento informal y para aquellos que viven en los segmentos planificados de la ciudad. La densidad poblacional dentro de los barrios es entre tres y cuatro veces mayor a la de sus vecinos formales, sin ser compensado por mayores dotaciones de espacio público.[1] (fig 1) Ese limitado acceso a oportunidades repite ciclos de pobreza y crea un terreno fértil para la delincuencia y el crimen. 

La inequidad territorial es ubicua y afecta a una porción significativa de la población mundial. Los asentamientos informales son endémicos de los centros urbanos en países emergentes, donde reside la mayoría de las personas en el mundo.[2] A veces, hasta la mitad de los ciudadanos, como en el caso de Caracas, viven en asentamientos informales,[3] mientras que en algunas ciudades africanas la proporción asciende a 80%.[4] Según las Naciones Unidas desde el 2003 una sexta parte de la población, es decir un billón de personas, viven en asentamientos informales y se estima que el número se duplicará para el año 2030.[5] La dimensión de esta cifra debería suscitar un cambio en la aproximación a este tema por parte de toda la ciudadanía. Por ejemplo, es perentorio entender que la vivienda autoconstruida ha sido una respuesta a la demanda habitacional. Sus limitaciones yacen en los aspectos que excluyen a los habitantes de asentamientos informales de las dinámicas urbanas. Y estos aspectos excluyentes existen no solo en el territorio, sino también en las mismas políticas públicas que se diseñan como respuesta. 

Históricamente, el discurso de la arquitectura moderna y el diseño urbano ante la inequidad social se han enfocado en la vivienda social. Aunque se trata de una aproximación bien intencionada, por sí sola no desdibuja diferencias urbanas. Lo crucial en la reducción de la inequidad es el grado de integración que se logra forjar entre segmentos sociales diversos, y esto depende de un conjunto de factores que incluyen cercanía geográfica, el acceso a equipamientos y la oferta variada de oportunidades para los ciudadanos. Por ello, luego de casi un siglo de producción de vivienda social, tanto en América Latina como en el resto del mundo, no hemos visto significativos avances en la disminución de la inequidad urbana. 

Jordi Borja, arquitecto catalán y experto en procesos de renovación urbana, afirma desde su experiencia que “los proyectos de vivienda y otros proyectos de infraestructura tienden a enfocarse en un sector particular sin mantener una visión urbana holística; se le da prioridad a la pavimentación de calles y vivienda”.[6] Las autoridades locales constantemente confunden el urbanismo con la vivienda y obras públicas. Además de ser una visión incompleta, el simple hecho de que económicamente no es una respuesta viable para atender la magnitud de personas viviendo en comunidades espontáneas, debería ser suficiente para desencantarse. Una nueva vivienda no mitiga la exclusión urbana ni representa una oferta pertinente para las personas viviendo en barrios; es más bien una evasión o negación del hecho urbano. El cambio comienza aceptando que la vivienda autoconstruida es parte de la ciudad y que los recursos típicamente invertidos en nueva vivienda podrían ser dirigidos a estrategias que integran los asentamientos informales existentes a la dinámica urbana. 

Tres décadas de experiencia en proyectos de mejoramiento de barrios en América Latina ponen en evidencia cuales han sido las aproximaciones más exitosas en disolver diferencias territoriales. Aunque sus enfoques varían, un elemento constante es que los proyectos que incluyen componentes de espacio público han tenido efectos muy notables en avanzar la integración y la equidad, como es el caso del Malecón Salado en Guayaquil, Ecuador (fig 2 y 3). Se trata de un tipo de intervención que requiere de mucha menos inversión que las aproximaciones viviendistas. Y su papel como integrador urbano va más allá de diluir límites físicos. El espacio público es un pretexto para fomentar y desarrollar la cohesión entre ciudadanos ya que ofrece un espacio no solo para el que vive en la comunidad, sino también para el foráneo. Se trata de una herramienta muy potente en la construcción de ciudad y ciudadanía. Las autoridades locales y comunidades están llamados a reconocer el valor estratégico que representa el espacio público, por su viabilidad, su bajo costo y su efectividad en abrir vasos que vinculan diversos segmentos de la ciudad. (fig 4 y 5) 



Imágenes 

1. Mapa de las densidades poblacionales en los cinco municipios de Caracas diferenciado entre CE, ciudad espontánea, y CP, ciudad planificada. Elaborado por Enlace Arquitectura 

2. Axonometría del Malecón Salado Guayaquil, Ecuador. Proyecto ejecutado por el Municipio de Guayaquil. Dibujo elaborado por Enlace Arquitectura 

3. Imagen aérea del Malecón Salado. Foto Elisa Silva 

4. Axonometría del espacio público en La Palomera que forma parte del programa Sembrando Ciudad de Fudep y Citi Venezuela. Diseño y dibujo por Enlace Arquitectura 

5. Imagen de la Plaza La Palomera. Foto de Elisa Silva. 

[1]La densidad de población en las áreas formales del Municipio Baruta es 53 hab /has, mientras que en los asentamientos espontáneos en promedio asciende a 375 hab/has. 

[2] Banco Mundial: http://data.worldbank.org Consultado el 7 de enero 7, 2018. 

[3] Elisa Silva et al. CABA: Cartografía de los barrios de Caracas 1966-2014. (Caracas, 2015) p. 181. 

[4] Aron Maasho. Ethiopia 80% of urban population live in slums in Ethiopia. Sapa-AFP 18 de enero, 2007http://nazret.com/blog/index.php/2007/01/18/ethiopia_80_of_urban_population_live_in. Consultado el 7 de enero de 2018. 

[5] United Nations Population Fund: http://www.unfpa.org/urbanization. Consultado el 7 de enero de 2018. 

[6] Jordi Borja and Z. Muxi. El espacio público: Ciudad y ciudadanía. (Barcelona, 2003).

Culture Brokers: la guía de arquitectura de Caracas


Iván González Viso 

A pesar de que las guías de viaje hoy día revisten de cierto prestigio, una limitada atención académica se ha concentrado en la producción, análisis y contenido de las guías de arquitectura, cuya aparición y especificidad es reciente y cuyo público objetivo es distinto al de las guías de viaje. Según lo define Fiona Smith, las guías de arquitectura funcionan como Culture Brokers,[1] es decir, son mediadores entre el arquitecto, el lugar y la experiencia de recorrer la ciudad en sí misma. El antecedente más cercano de una guía de arquitectura de Caracas es la austera Guía de edificaciones contemporáneas en Venezuela, del arquitecto Mariano Goldberg, que en realidad su trabajo de ascenso, publicado en 1980, en el que se muestran obras contemporáneas relevantes de la capital en esos años. 

En el complejo contexto de la ciudad actual, era necesaria una guía de arquitectura como un instrumento útil para conocer la ciudad y para recuperar la fe en la posibilidad del descubrimiento, en la posibilidad del rescate de nuestro patrimonio y que este nos resulte relevante y transformador. Caracas del valle al mar fue concebida como un proyecto que movilizase a sus habitantes a recorrerla frente a la saturación de imágenes provenientes de las redes sociales; e ideada como un medio capaz de guiar tanto al ciudadano que la recorre como al funcionario que la gobierna. 

Fundamentada en dos axiomas, “observar para descubrir” y “conocer para actuar”, con ella se intenta reconstruir y narrar la ciudad a través de sus arquitecturas, afianzando el valor que tiene para un arquitecto conocer una obra de primera mano y fomentando el encuentro con nuestra mejor arquitectura. Promover una actitud curiosa ante lo que se observa, impulsar el gusto por redescubrir la ciudad y sus obras para tomar conciencia de su dimensión, y percibirlas con una exactitud contemplativa, sin duda, nos arrastra a una dimensión estética. Esta visión busca reforzar la mirada del arquitecto, que es quien da sustancia al hecho de la forma, intentando construir un relato sobre la obra que contiene anécdotas, pero también explica las estructuras y sistemas que las originan y las sustentan. 

Pero toda guía privilegia contenidos y silencia otros. En este caso, nos propusimos ofrecer una visión totalizadora que nos llevó a abarcar tres grandes tiempos: pasado, presente y futuro. El primer tiempo, “la Historia de Caracas a través de sus planos”, es un paseo a través de la cartografía que reconstruye y reconoce en la ciudad su proceso de crecimiento y urbanización, utilizando el dibujo como herramienta. Una narración que habla del abandono de la historia, producto de la modernidad súbita, en la que se evidencian las operaciones urbanas y arquitectónicas que propiciaron el progresivo alejamiento del damero fundacional, y en la que también es posible visualizar las transformaciones tipológicas y urbanas que se han producido desde la edificación de la Catedral de Caracas hasta el presente. Esta forma de análisis nos proporcionó pistas para poder encontrar una figura a la cual asociar la ciudad,[2] en el magnífico plano de Eduardo Rohl (la figura de un caballo recostado contra el Ávila), y nos condujo a dividir la capital en diez zonas, descritas en un segundo tiempo: el presente. Dentro de las zonas seleccionadas por sus características urbanas, geográficas y ambientales, se inscriben la arquitectura y los espacios públicos construidos entre 1560 y 2012, que se traducen en 364 miradas críticas de obras de la arquitectura colonial, neoclásica, art-deco, internacional, moderna y contemporánea de la ciudad. Cada obra se sitúa en un plano y se muestra a través dibujos arquitectónicos que son complementados con referencias escritas, anécdotas y descripciones. 

El tercer tiempo, “Caracas a futuro”, aborda temas medulares como la gobernabilidad, la importancia de la capitalidad, la necesidad de canalizar la ciudadanía desde el poder, el respeto al monumento, el rescate de los espacios públicos y la necesidad de una arquitectura que realice aportes a la ciudad. Aspectos que en cualquier otra sociedad resultan obvios, pero que en el contexto actual de Caracas son urgentes recordar. También contrapone proyectos con visiones opuestas de la ciudad abriendo el debate público: por ejemplo, la propuesta ganadora del concurso Parque La Carlota, Parque Verde Metropolitano”[3] versus la desmedida plaza de la Revolución.[4]

La guía también sugiere afianzar la histórica relación entre Caracas y el litoral. Caracas como ciudad caribeña ha estado siempre vinculada al mar, al litoral, y su crecimiento y formación están históricamente soportados en una relación dialéctica que comenzó antes del establecimiento del Camino de los Españoles en el siglo XVI. Hoy esa relación necesita volver a existir con fuerza y potenciarse con nuevos proyectos. También se vale del contraste entre imágenes del período de esplendor de la obra con imágenes del estado actual, para señalar de forma crítica su valor en el contexto de la ciudad y fomentar la corresponsabilidad de su rescate entre los diversos actores encargados de su cuido y preservación, con el objetivo de rescatar la memoria urbana. Su concepto plantea la puesta en valor de obras icónicas de la arquitectura que la han materializado como una urbe compleja y heterogénea, así como una valoración del rol del arquitecto y sus aportes al desarrollo de la ciudad; pero también la visibilización de obras y arquitectos anónimos que han hecho aportes a la capital. 

La publicación es también una guía para la ciudad, “Caracas a futuro” hace referencia a la idea de Carlos Raúl Villanueva de que es más importante conocer cómo será el futuro de la sociedad que el futuro de la ciudad, considerando que cada sociedad organiza su ciudad de acuerdo a su naturaleza y contenido, “donde el pensamiento político del arquitecto es esencial en la conformación de escenarios urbanos prospectivos”.[5]

Hasta ahora, la guía, concebida como un Culture Broker, ha impactado en la ciudad como un instrumento útil que ha acercado al caraqueño a su ciudad detonando emprendimientos y estrategias sociales útiles para recorrerla. GUIACCS.COM servirá para profundizar aún más en esta idea, con el objeto de promover las transformaciones profundas que ella necesita. 



Imagen 1. Vista aérea de Caracas. Charles Brewer. Cortesía de la Fundación Cisneros. 

Imagen 2. Figura del Caballo. Imagen extraída del Plano de Caracas y sus alrededores, de 1934. Eduardo Rohl. 

Imagen 3. Libro Caracas del Valle al Mar. Iván González Viso. 

Imagen 4. Guiaccs.com. 

[1] Smith, Fiona. “Constructing place, directing practice?”. Using travel guidebooks. Edinburgh working papers in sociology. Number 28. January 2008. 

Jezewski (in Jezewski & Sotnik, 2001) definen “culture broking” como "el acto de tender un puente que une o mediar entre los grupos o personas de diferentes orígenes culturales con el fin de reducir los conflictos o la producción de cambio". 

[2] Un problema histórico que muchos expertos han llegado a ver y entender solo a través de herramientas contemporáneas como Google Earth o el uso de drones. 

[3] El concurso para el nuevo Parque Metropolitano La Carlota en Caracas tuvo el propósito de transformar el aeropuerto de La Carlota en un parque verde metropolitano. El proyecto ganador de la segunda fase del concurso fue la propuesta de OPUS junto con Manuel Delgado y Jorge Pérez Jaramillo. 

[4] La Gran Plaza de la Revolución es un proyecto estatal que se inserta en el corazón de la avenida Bolívar, desarrollado y promovido por la Oficina Presidencial de Planes y Proyectos Especiales, directamente adscrita a la Presidencia de la República de Venezuela. 

[5] Camacho, Oscar. (2016) En http://entrerayas.com/2016/02/presentacion-de-la-guia-de-arquitectura-caracas-del-valle-al-mar/

Santiago de León, en Caracas


Estudios Urbanos, FAU/UCV

Si existe un documento fehaciente sobre la primigenia ciudad que es hoy capital de Venezuela, ese es el titulado Relación de la descripción de la Provincia de Caracas producido, presuntamente, en el año de 1578 por el gobernador y capitán general Juan de Pimentel para su envío a España (De Sola, 1967). Dicho documento consta de dos tipos distintos de material: uno escrito, es decir, la relación propiamente dicha de las características de la citada provincia y las ciudades en ella contenidas; y uno gráfico, que refleja las supuestas formas físicas de la provincia y la trama espacial, seguramente soñada, y aún no materializada, de la llamada, durante todo el siglo XVI y parte del XVII, Santiago de León. (Ver figura 1)

Esa entelequia que era la ciudad de Pimentel se reducía a veinticinco manzanas inscritas en un cuadrilátero contenido entre las esquinas periféricas de Cuartel Viejo, Abanico, Doctor Díaz y La Gorda, de acuerdo a la nomenclatura actual. Según refiere en 1608 el capitán Juan de Lezama, el diseño formal y práctico de Santiago de León estuvo a cargo de Diego de Henares, agrimensor, quien formaba parte de las huestes del capitán Diego de Lozada que arribaron al valle a pacificar a las tribus aborígenes y asegurar la conquista de los territorios.

El dibujo concreto de la ciudad, suerte de exoesqueleto delimitador de lo que habría de concretarse, representa esas veinticinco manzanas ya citadas, distribuidas en forma de cuadrado, divididas veintitrés de ellas en cuatros solares cuya superficie queda claramente especificada en el plano: “El solar de cada casa tiene setenta varas en cuadra”. Excluyendo las manzanas correspondientes a la Plaza Mayor, que era el espacio central del cuadrilátero, y la del Convento de San Francisco, enteramente destinada a este a juzgar por el gráfico, Santiago de León contaba entonces con veintitrés (23) manzanas divididas en cuatro solares, para un total de noventa y dos (92). De estos, tres (3) correspondían a igual número de iglesias: San Mauricio, San Esteban y la denominada iglesia, sin advocación, que luego se convertiría en Catedral, y uno (1) a las Casas del Cabildo, por lo que restaban ochenta y ocho (88) para ser adjudicados, como parece haber ocurrido con los sesenta y cinco (65) solares que tienen estampada la palabra “casa” sobre los cuadrados correspondientes. (Ver figura 2)

Sabemos que la inmaculada definición gráfica del damero no se adapta a la realidad estricta, esas manzanas no eran cuadrados perfectos y los 100 metros de algunas de sus aristas no son más que un mito. Pero la rigurosidad cartesiana del plano representa a la ciudad objeto del siglo XVI, la que encerraba simbólicamente el germen de la nueva población, esa que daría cobijo a los poderes cuidadosamente localizados y señalados en este documento gráfico. Con dicho bosquejo el conquistador español estaba marcando el territorio de lo posible, de la norma, de la representatividad del rey allende los mares; se esperaba que el crecimiento ulterior de Santiago de León se apegase a esa división, en principio derrochadora y dilatada.

Aproximadamente diez años luego de la fundación, Pimentel enfatiza que las casas de la ciudad en ciernes eran de construcción muy precaria, de paredes de madera o tapia y techos de caña, elementos comunes de la mayoría de las edificaciones, con contadas y nuevas excepciones, para el momento de la redacción del texto, de ladrillo y tejas (De Sola-Ricardo, 1967, p. 36). Los documentos que durante el resto del siglo refieren a casa y bohío en una misma parcela o solar remiten a las primitivas edificaciones precarias aledañas a las definitivas que se iban construyendo a medida que crecía la ciudad.

Ligada indeleblemente a esta suerte de facsímil americano de lo que habría sido la sociedad hispana se halla la repartición de solares, la cual, fuesen adjudicados estos últimos gratuitamente o con un canon específico, no fue aséptica desde el punto de vista social, ya que los conquistadores reproducían en América lo visto y vivido, es decir, una especie de corte en el Nuevo Mundo, quizá asumiendo la responsabilidad de instaurar un orden a imagen y semejanza de lo conocido en ultramar. Así, los compañeros más importantes de la jornada encabezada por Diego de Lozada, más este mismo, fueron los que tuvieron acceso originalmente al cuadrilátero primigenio; las décadas siguientes confirman la importancia del currículo, ya que algunos vecinos aludirán a sus propios desempeños como miembros de las huestes hispanas, o a sus ancestros conquistadores, para justificar sus peticiones de terrenos.

Agotados los solares del núcleo central se hizo necesario ampliar los límites de la ciudad para que acogiese nuevos habitantes. Lo que ocurrió entonces en su periferia fue el otorgamiento aleatorio y desordenado, evidentemente no planificado, de terrenos, sin relación alguna con lo convenido inicialmente. Esto último se evidencia a través de los veintiséis años documentados del siglo XVI, en los que la petición de solares por parte de vecinos fue un hecho habitual, pero cuya ubicación, dimensiones y formas despiertan sospechas al asociarse a palabras como quebradas, barrancas, pedacitos y jirones, por citar ejemplos.

Es obvio que el transcurrir del siglo es determinante para la conversión definitiva del otrora campamento militar en una ciudad en la que se hacen presentes infraestructuras como los molinos, la caja de agua y las acequias; animales como las gallinas, puercos, vacas y los bueyes; alimentos como el trigo, pan, queso, casabe, sal, maíz, vino; oficios como panaderos, pulperos, carniceros, carpinteros, zapateros, alarifes o preceptor de gramática; y materiales como las tejas, apenas a veinte años de fundada y cerca de trece de haber escrito Pimentel su citada Relación (Actas, 1573-1600). Ya en los albores del siglo XVII destacaba en ella la presencia de construcciones realizadas con materiales perecederos y no perecederos que se habrían de consolidar tímidamente, como ocurriría con las iglesias, los conventos de San Francisco y Dominicos y el Hospital de hombres de San Pablo. La ciudad que despertaba al nuevo siglo, trascendiendo los problemas derivados de las plagas de langostas, las epidemias de viruelas, o el asalto de Amyas Preston con quema de casas incluida, ya era una ciudad erigida, poblada, vivida, con usos, trama y manzanas que comenzaban a cambiar en función de la construcción de nuevas viviendas donde quiera que ello fuese necesario.

Así, desde entonces, los solares que acogen a las construcciones, y estas mismas, son objeto de mutaciones: ya se subdividen y ya se restringen en superficie y forma, es decir, ya se adaptan al mercado, a las necesidades y a las demandas. Para la fecha, esa ciudad-objeto símbolo de la perpetuidad comienza a perder su aura de eternidad corpórea para acoger los cambios provenientes del verdadero vivir cotidiano del otrora incipiente reducto castrense llamado en las actas Santiago de León, y que comenzaba a convertirse en ciudad principal de la provincia que le daría su apellido: Caracas, hoy devenido en nombre y en urbe.

Datos de las imágenes:
Figura Nº 1. Caracas, siglo XVI (De Sola-Ricardo, 1967, p. 29)
Figura Nº 2. Caracas, siglo XVI, detalle de la propuesta de Pimentel, (De Sola Ricardo, 1967, p. 29)
Actas del Cabildo de Caracas, Tomo I, 1573-1600, (1943), Caracas: Editorial Élite.
De-Sola Ricardo, I. (1967). Contribución al estudio de los planos de Caracas. Caracas: Ediciones del Comité de Obras Culturales del Cuatricentenario de Caracas.

Caracas, de Rojas Paúl a Andueza Palacio (1888-1892): Capital venezolana del “Guzmancismo sin Guzmán”



Francisco Pérez Gallego 

Frente al boato guzmancista, la continuidad del liberalismo amarillo encontró en las figuras de Juan Pablo Rojas Paúl (1826-1905) y de Raimundo Andueza Palacio (1846-1900) nuevos intérpretes que, podría decirse, entierran con sus acciones las emprendidas por su mentor y predecesor. Frente al laicismo radical liberal e ilustrado de Guzmán Blanco, Rojas Paúl emerge entre 1888 y 1890 con una actitud denotadamente romántica, defensor de la iglesia a ultranza y de los ideales filantrópicos, acción que continuará Andueza Palacio entre 1890 y 1892, a pesar de que en el plano político y aun procediendo de las mismas filas ideológicas, será su ferviente contrincante. Ambos entierran al guzmancismo, en un intento por perpetuarlo “a pesar de” pero sin Guzmán, hecho que en política de obras públicas se materializa en un tour de forcé, para dirigir la mirada hacia temas postergados, poco atendidos y hasta desafiados durante el septenio, el quinquenio y el bienio, como lo religioso, lo médico asistencial y filantrópico, acciones que, a pesar de los enfrentamientos y resistencias, continúa hasta su conclusión Raimundo Andueza Palacio. 

En el plano urbano, esa mirada se refleja en el reconocimiento del primer ensanche caraqueño producto de la paulatina densificación urbana del lado norte de la ciudad desde la cuadrícula fundacional hacia alcanzar el piedemonte avileño, por parte de Rojas Paúl, materializado en la conformación de las nuevas parroquias de San José y La Pastora. En el arquitectónico, en el levantamiento de nuevas edificaciones dirigidas a los temas religioso, médico asistencial, científico y comercial. Estas fueron solo algunas de las acciones acometidas por Rojas Paúl y su sucesor en sus breves pero fructíferas gestiones. 

Si bien Guzmán desde el quinquenio emprende una diplomática reconciliación con la iglesia al concretar las iglesias de Santa Teresa y Santa Capilla, la verdadera correlación Iglesia-Estado se alcanza con la gestión del filantrópico y devoto Rojas Paul. Esto lo demuestra el levantamiento de los centros e iglesias parroquiales de San José (1889) (Figura 1) y de la Divina Pastora (1889) (Figura 2), bajo la guía proyectual de Jesús Muñoz Tébar, para las dos nuevas jurisdicciones civiles parroquiales. Pero también al añadir otras en los suburbios extramuros, que igualmente comenzaban a ocuparse como el Rincón del Valle, al suroeste, o los parajes de Sabana Grande, hacia el noreste. Esta actitud dará curso a las iglesias Nuestra Señora de la Milagrosa (1889-1891), en el Prado de María, concebida por el ingeniero Avelino Fuentes García y Nuestra Señora de la Inmaculada (1889), en la no menos digna pradera de Sabana Grande, según proyecto del arquitecto Juan Félix Quiroz. 

Junto con esos proyectos, procede la reforma y ampliación de iglesias existentes como el magno ensanche en dirección sur y oeste de la Santa Capilla (1889-1892), con torre de campanario incluida (Figura 3). Esta remedaba de la mano de su proyectista guzmancista primigenio, el ingeniero Juan Hurtado Manrique, la operación urbana de duplicación edilicia acometida en el 1er arrondissement de París, formada por el trio de la iglesia Saint-Germain-l'Auxerrois, la Mairie (ayuntamiento) y la Tour de la cloche (campanario), como rótula vinculante. Estas acciones se refuerzan con la apertura e ingreso de congregaciones religiosas foráneas como las Hermanas de San José de Tarbes, o la fundación de comunidades nativas como las Hermanitas de los Pobres de Maiquetía. 

Si bien en materia religiosa se logra resarcir la inicial afrenta guzmancista, otro tema hermanado con el anterior será el médico asistencial, en el que se dan sendos y articulados aportes de ambos gobernantes. Por un lado, saldan la deuda que en materia de obras públicas el liberalismo tenía con el tema salud y, por otro, permiten consolidar la densificación del norte de la ciudad. Ello se logra con las obras del neogótico Hospital Central, actual Hospital Vargas (1888-1891), según proyecto de Jesús Muñoz Tébar en el entorno de San José (Figura 4); el neoclásico Hospital Psiquiátrico o Asilo de enajenados (1892), núcleo generatriz del Hospital de Lídice, en parajes otrora paradisíacos en las estribaciones del suroeste de la serranía de El Ávila; el Hospital de Niños o Linares (1892-1893), actual sede de la Cruz Roja venezolana, en los límites levantinos de la parroquia La Candelaria; así como el Asilo de Huérfanos (1892), en La Pastora (Figura 5), los dos últimos bajo la guía proyectual del ingeniero Agustín Aveledo. 

No menos relevante que las anteriores, la otra obra magna continuada por los dos regentes de este breve pero silenciado periodo gubernativo sería el Observatorio Astronómico (1888-1891), germen originario del Observatorio Cajigal (Figura 6). Con este se reconocía la importancia que el área científica además de la humanística y la corriente del positivismo tenía para el país, ameritando su propio espacio en un lugar cónsono para las mediciones y observaciones meteorológicas, conciliadas con las recreacionales y salutíferas, de la Colina de El Calvario. Una sede más acorde que la que en tiempos de Guzmán se le había asignado, eslabonada con las funciones del Museo Nacional, en el edificio neogótico de la esquina de La Bolsa, proyectado por Juan Hurtado Manrique. 

Durante los tiempos de Andueza Palacio, el récord alcanzado por la exportación del café estimuló a la iniciativa privada, al desarrollo de emprendimientos mercantiles que decantan en la concepción del Pasaje de Linares (1891), proyectado por Agustín Aveledo (Figura 7), y del Pasaje Ramella (1892-1897), concebido por Antonio Malaussena (Figura 8), estructuras que conjugaban la actividad lucrativa con el ornato urbano, consolidando la vocación comercial del área en torno al Mercado de San Jacinto. 

En consecuencia, en el fugaz lapso olímpico comprendido entre 1888 y 1892 la ciudad de Caracas experimentó profundos cambios. Estos advertían los nuevos rumbos que la población seguiría en las décadas subsiguientes hacia todos los puntos cardinales, a partir de la implantación en la periferia de nuevos núcleos de actividad y vocación, para el desarrollo de temas y programas novedosos que extendían los tópicos de las obras públicas caraqueñas hacia objetivos y enclaves inusitados. En este breve periodo se concretaron aquellos temas que Guzmán no satisfizo o vislumbró, por la atención a otras prioridades, su radical laicismo y su personalismo ególatra, por lo cual no fueron contemplados en la materialización de las reformas modernizadoras, aunque tardías, de toda ciudad ilustrada. Y que, empero, también se anhelaban en los tiempos terminales del siglo XIX, en pro de alcanzar un equilibrio conciliador con el romanticismo galopante, como nostálgico hogar del sentimiento piadoso de toda ciudad finisecular decimonónica. Ello, en miras a hacer de Caracas una capital más humana además de monumental y, en tanto, la ineludible capital del país en tiempos del “guzmancismo sin Guzmán”[1].


Fuentes de las imágenes:

Figura 1: Iglesia Parroquial de San José (El Cojo Ilustrado, 15 de
febrero de 1894).
Figura 2: Iglesia Parroquial de la Divina Pastora (El Cojo Ilustrado,
15 de enero de 1894).
Figura 3: Iglesia Santa Capilla después de "El Ensanche" (El Cojo
Ilustrado,1 de mayo de 1898).
Figura 4: Interior del Hospital Vargas (El Cojo Ilustrado, 1 de enero de 1892).
Figura 5: Asilo de Huérfanos de La Pastora (El Cojo Ilustrado, 15 de
marzo de 1892).
Figura 6: Núcleo inicial del Observatorio Cajigal (Cividanes Lira,
Otto. "Los Cien años del Observatorio Cajigal". El Impulso. Caracas:
El Impulso, 8 de septiembre de 1988).
Figura 7: Pasaje de Linares (El Cojo Ilustrado, 1 de enero de 1892).
Figura 8: Pasaje Ramella (El Cojo Ilustrado, 15 de enero de 1897).


[1] Texto basado en el subcapítulo 3.1 del trabajo de ascenso para la categoría Agregado “De la ermita de San Sebastián a la Santa Capilla de Caracas: La vocación religiosa de un lugar. 1567-1900” (marzo de 2017), elaborado con la asesoría de la profesora Beatriz Meza Suinaga.

Caracas gráfica. Ver desde el barrio




El barrio o los asentamientos autoconstruidos caraqueños guardan características similares a las de muchos barrios Latinoamericanos, sin embargo, tienen otras que los hacen desarrollos particulares dentro de la ciudad. Se registra su existencia –según investigaciones de Baldó y Villanueva– desde hace más de 100 años, producto de una serie de factores que dieron pie a la informalidad en la que hoy se desarrollan. Nacen de la búsqueda de oportunidades en la capital y de las dificultades para obtener viviendas, posteriormente pasaron de temporales a permanentes, y en algunos casos están implantadas en lugares de riesgos geológicos motivado por la cercanía a centros de trabajo, servicios, entre otros. La semilla fue sembrada y con el paso del tiempo las raíces se han establecido y convertido en un desarrollo urbano de gran complejidad, no solo por sus características físicas sino también por la herencia cultural y los conocimientos desarrollados en ellos. Ya para 1960 la población que lo habita alcanza un 22% y a finales de los 90 alcanza el 50% y más de un 40% de ubicación. Se consideran la ciudad espontanea, pero ¿qué es más espontáneo que el fenómeno mismo de la ciudad?

La ciudad de los fragmentos. Para Lisa Blackmore: “no solo es la práctica, sino que también es una suerte de archivo que se va compilando espacial y visualmente. En este sentido, da luz a la construcción de una memoria espacializada que narra los acontecimientos colectivos convertidos en historia legitimada por las estructuras memoriosas, o monumentos, que le sirven de contenedores”. Los vínculos entre las partes se han roto, o nunca existieron, pero la ciudad sigue siendo resultado de un conjunto de decisiones, la formación de una serie de acontecimientos que –en el caso de Caracas– han marcado la vida de la misma en etapas determinantes.

En el escenario gráfico se dan otras señales, cuando las dibujas todo cambia, no es “a” sin “b”, sus partes se relacionan y generan nuevas formas. Para el desarrollo de CABA, Cartografía de los Barrios de Caracas 1966-2014, tanto en la publicación y exposición, se buscó representar gráficamente el hecho urbano para comunicarnos visualmente con la realidad de la ciudad caraqueña. Un espacio geográfico convertido en un reto de escala y de representación. Cada línea y dibujo revela finalmente una serie de ideas, conceptos e intenciones acerca de cómo somos capaces de entender una realidad que para algunos es tangible y para otros no. Los barrios comienzan a ponerse en evidencia a través de un medio posible y gráfico que nos aproxima a una visión técnica, a lo que somos.

Los mil fragmentos. El contenido de la investigación incluye un importante número de mapas que se realizaron como forma de construcción de un nuevo material gráfico capaz de darnos la imagen de lo que fue Caracas en su estructura urbana para los años 1966, 1984, 2000 y 2014. Se reconstruyó la información en forma de línea del tiempo gráfica apoyada en la herramienta digital. Durante la reciente investigación realizada, llamada Estrategias de representación gráficas aplicadas a la descripción y comprensión de los asentamientos autoconstruidos de Caracas a través de tres casos de estudio, se pudo determinar la importancia de la escala y las variables gráficas como la forma, el color, y cómo fueron determinantes para conseguir los propósitos buscados. Un ejemplo es como el barrio se vuelve protagonista a través del uso del color, con una intención de generar un acento estratégico que predisponga su visualización.

La intención final fue colocarnos en el mapa, más allá de las fronteras culturales y sociales, describir el panorama de lo que fuimos, somos y proveer las herramientas para la construcción futura.