jueves, 2 de agosto de 2018

Caracas, de Rojas Paúl a Andueza Palacio (1888-1892): Capital venezolana del “Guzmancismo sin Guzmán”



Francisco Pérez Gallego 

Frente al boato guzmancista, la continuidad del liberalismo amarillo encontró en las figuras de Juan Pablo Rojas Paúl (1826-1905) y de Raimundo Andueza Palacio (1846-1900) nuevos intérpretes que, podría decirse, entierran con sus acciones las emprendidas por su mentor y predecesor. Frente al laicismo radical liberal e ilustrado de Guzmán Blanco, Rojas Paúl emerge entre 1888 y 1890 con una actitud denotadamente romántica, defensor de la iglesia a ultranza y de los ideales filantrópicos, acción que continuará Andueza Palacio entre 1890 y 1892, a pesar de que en el plano político y aun procediendo de las mismas filas ideológicas, será su ferviente contrincante. Ambos entierran al guzmancismo, en un intento por perpetuarlo “a pesar de” pero sin Guzmán, hecho que en política de obras públicas se materializa en un tour de forcé, para dirigir la mirada hacia temas postergados, poco atendidos y hasta desafiados durante el septenio, el quinquenio y el bienio, como lo religioso, lo médico asistencial y filantrópico, acciones que, a pesar de los enfrentamientos y resistencias, continúa hasta su conclusión Raimundo Andueza Palacio. 

En el plano urbano, esa mirada se refleja en el reconocimiento del primer ensanche caraqueño producto de la paulatina densificación urbana del lado norte de la ciudad desde la cuadrícula fundacional hacia alcanzar el piedemonte avileño, por parte de Rojas Paúl, materializado en la conformación de las nuevas parroquias de San José y La Pastora. En el arquitectónico, en el levantamiento de nuevas edificaciones dirigidas a los temas religioso, médico asistencial, científico y comercial. Estas fueron solo algunas de las acciones acometidas por Rojas Paúl y su sucesor en sus breves pero fructíferas gestiones. 

Si bien Guzmán desde el quinquenio emprende una diplomática reconciliación con la iglesia al concretar las iglesias de Santa Teresa y Santa Capilla, la verdadera correlación Iglesia-Estado se alcanza con la gestión del filantrópico y devoto Rojas Paul. Esto lo demuestra el levantamiento de los centros e iglesias parroquiales de San José (1889) (Figura 1) y de la Divina Pastora (1889) (Figura 2), bajo la guía proyectual de Jesús Muñoz Tébar, para las dos nuevas jurisdicciones civiles parroquiales. Pero también al añadir otras en los suburbios extramuros, que igualmente comenzaban a ocuparse como el Rincón del Valle, al suroeste, o los parajes de Sabana Grande, hacia el noreste. Esta actitud dará curso a las iglesias Nuestra Señora de la Milagrosa (1889-1891), en el Prado de María, concebida por el ingeniero Avelino Fuentes García y Nuestra Señora de la Inmaculada (1889), en la no menos digna pradera de Sabana Grande, según proyecto del arquitecto Juan Félix Quiroz. 

Junto con esos proyectos, procede la reforma y ampliación de iglesias existentes como el magno ensanche en dirección sur y oeste de la Santa Capilla (1889-1892), con torre de campanario incluida (Figura 3). Esta remedaba de la mano de su proyectista guzmancista primigenio, el ingeniero Juan Hurtado Manrique, la operación urbana de duplicación edilicia acometida en el 1er arrondissement de París, formada por el trio de la iglesia Saint-Germain-l'Auxerrois, la Mairie (ayuntamiento) y la Tour de la cloche (campanario), como rótula vinculante. Estas acciones se refuerzan con la apertura e ingreso de congregaciones religiosas foráneas como las Hermanas de San José de Tarbes, o la fundación de comunidades nativas como las Hermanitas de los Pobres de Maiquetía. 

Si bien en materia religiosa se logra resarcir la inicial afrenta guzmancista, otro tema hermanado con el anterior será el médico asistencial, en el que se dan sendos y articulados aportes de ambos gobernantes. Por un lado, saldan la deuda que en materia de obras públicas el liberalismo tenía con el tema salud y, por otro, permiten consolidar la densificación del norte de la ciudad. Ello se logra con las obras del neogótico Hospital Central, actual Hospital Vargas (1888-1891), según proyecto de Jesús Muñoz Tébar en el entorno de San José (Figura 4); el neoclásico Hospital Psiquiátrico o Asilo de enajenados (1892), núcleo generatriz del Hospital de Lídice, en parajes otrora paradisíacos en las estribaciones del suroeste de la serranía de El Ávila; el Hospital de Niños o Linares (1892-1893), actual sede de la Cruz Roja venezolana, en los límites levantinos de la parroquia La Candelaria; así como el Asilo de Huérfanos (1892), en La Pastora (Figura 5), los dos últimos bajo la guía proyectual del ingeniero Agustín Aveledo. 

No menos relevante que las anteriores, la otra obra magna continuada por los dos regentes de este breve pero silenciado periodo gubernativo sería el Observatorio Astronómico (1888-1891), germen originario del Observatorio Cajigal (Figura 6). Con este se reconocía la importancia que el área científica además de la humanística y la corriente del positivismo tenía para el país, ameritando su propio espacio en un lugar cónsono para las mediciones y observaciones meteorológicas, conciliadas con las recreacionales y salutíferas, de la Colina de El Calvario. Una sede más acorde que la que en tiempos de Guzmán se le había asignado, eslabonada con las funciones del Museo Nacional, en el edificio neogótico de la esquina de La Bolsa, proyectado por Juan Hurtado Manrique. 

Durante los tiempos de Andueza Palacio, el récord alcanzado por la exportación del café estimuló a la iniciativa privada, al desarrollo de emprendimientos mercantiles que decantan en la concepción del Pasaje de Linares (1891), proyectado por Agustín Aveledo (Figura 7), y del Pasaje Ramella (1892-1897), concebido por Antonio Malaussena (Figura 8), estructuras que conjugaban la actividad lucrativa con el ornato urbano, consolidando la vocación comercial del área en torno al Mercado de San Jacinto. 

En consecuencia, en el fugaz lapso olímpico comprendido entre 1888 y 1892 la ciudad de Caracas experimentó profundos cambios. Estos advertían los nuevos rumbos que la población seguiría en las décadas subsiguientes hacia todos los puntos cardinales, a partir de la implantación en la periferia de nuevos núcleos de actividad y vocación, para el desarrollo de temas y programas novedosos que extendían los tópicos de las obras públicas caraqueñas hacia objetivos y enclaves inusitados. En este breve periodo se concretaron aquellos temas que Guzmán no satisfizo o vislumbró, por la atención a otras prioridades, su radical laicismo y su personalismo ególatra, por lo cual no fueron contemplados en la materialización de las reformas modernizadoras, aunque tardías, de toda ciudad ilustrada. Y que, empero, también se anhelaban en los tiempos terminales del siglo XIX, en pro de alcanzar un equilibrio conciliador con el romanticismo galopante, como nostálgico hogar del sentimiento piadoso de toda ciudad finisecular decimonónica. Ello, en miras a hacer de Caracas una capital más humana además de monumental y, en tanto, la ineludible capital del país en tiempos del “guzmancismo sin Guzmán”[1].


Fuentes de las imágenes:

Figura 1: Iglesia Parroquial de San José (El Cojo Ilustrado, 15 de
febrero de 1894).
Figura 2: Iglesia Parroquial de la Divina Pastora (El Cojo Ilustrado,
15 de enero de 1894).
Figura 3: Iglesia Santa Capilla después de "El Ensanche" (El Cojo
Ilustrado,1 de mayo de 1898).
Figura 4: Interior del Hospital Vargas (El Cojo Ilustrado, 1 de enero de 1892).
Figura 5: Asilo de Huérfanos de La Pastora (El Cojo Ilustrado, 15 de
marzo de 1892).
Figura 6: Núcleo inicial del Observatorio Cajigal (Cividanes Lira,
Otto. "Los Cien años del Observatorio Cajigal". El Impulso. Caracas:
El Impulso, 8 de septiembre de 1988).
Figura 7: Pasaje de Linares (El Cojo Ilustrado, 1 de enero de 1892).
Figura 8: Pasaje Ramella (El Cojo Ilustrado, 15 de enero de 1897).


[1] Texto basado en el subcapítulo 3.1 del trabajo de ascenso para la categoría Agregado “De la ermita de San Sebastián a la Santa Capilla de Caracas: La vocación religiosa de un lugar. 1567-1900” (marzo de 2017), elaborado con la asesoría de la profesora Beatriz Meza Suinaga.

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