jueves, 2 de agosto de 2018

Santiago de León, en Caracas


Estudios Urbanos, FAU/UCV

Si existe un documento fehaciente sobre la primigenia ciudad que es hoy capital de Venezuela, ese es el titulado Relación de la descripción de la Provincia de Caracas producido, presuntamente, en el año de 1578 por el gobernador y capitán general Juan de Pimentel para su envío a España (De Sola, 1967). Dicho documento consta de dos tipos distintos de material: uno escrito, es decir, la relación propiamente dicha de las características de la citada provincia y las ciudades en ella contenidas; y uno gráfico, que refleja las supuestas formas físicas de la provincia y la trama espacial, seguramente soñada, y aún no materializada, de la llamada, durante todo el siglo XVI y parte del XVII, Santiago de León. (Ver figura 1)

Esa entelequia que era la ciudad de Pimentel se reducía a veinticinco manzanas inscritas en un cuadrilátero contenido entre las esquinas periféricas de Cuartel Viejo, Abanico, Doctor Díaz y La Gorda, de acuerdo a la nomenclatura actual. Según refiere en 1608 el capitán Juan de Lezama, el diseño formal y práctico de Santiago de León estuvo a cargo de Diego de Henares, agrimensor, quien formaba parte de las huestes del capitán Diego de Lozada que arribaron al valle a pacificar a las tribus aborígenes y asegurar la conquista de los territorios.

El dibujo concreto de la ciudad, suerte de exoesqueleto delimitador de lo que habría de concretarse, representa esas veinticinco manzanas ya citadas, distribuidas en forma de cuadrado, divididas veintitrés de ellas en cuatros solares cuya superficie queda claramente especificada en el plano: “El solar de cada casa tiene setenta varas en cuadra”. Excluyendo las manzanas correspondientes a la Plaza Mayor, que era el espacio central del cuadrilátero, y la del Convento de San Francisco, enteramente destinada a este a juzgar por el gráfico, Santiago de León contaba entonces con veintitrés (23) manzanas divididas en cuatro solares, para un total de noventa y dos (92). De estos, tres (3) correspondían a igual número de iglesias: San Mauricio, San Esteban y la denominada iglesia, sin advocación, que luego se convertiría en Catedral, y uno (1) a las Casas del Cabildo, por lo que restaban ochenta y ocho (88) para ser adjudicados, como parece haber ocurrido con los sesenta y cinco (65) solares que tienen estampada la palabra “casa” sobre los cuadrados correspondientes. (Ver figura 2)

Sabemos que la inmaculada definición gráfica del damero no se adapta a la realidad estricta, esas manzanas no eran cuadrados perfectos y los 100 metros de algunas de sus aristas no son más que un mito. Pero la rigurosidad cartesiana del plano representa a la ciudad objeto del siglo XVI, la que encerraba simbólicamente el germen de la nueva población, esa que daría cobijo a los poderes cuidadosamente localizados y señalados en este documento gráfico. Con dicho bosquejo el conquistador español estaba marcando el territorio de lo posible, de la norma, de la representatividad del rey allende los mares; se esperaba que el crecimiento ulterior de Santiago de León se apegase a esa división, en principio derrochadora y dilatada.

Aproximadamente diez años luego de la fundación, Pimentel enfatiza que las casas de la ciudad en ciernes eran de construcción muy precaria, de paredes de madera o tapia y techos de caña, elementos comunes de la mayoría de las edificaciones, con contadas y nuevas excepciones, para el momento de la redacción del texto, de ladrillo y tejas (De Sola-Ricardo, 1967, p. 36). Los documentos que durante el resto del siglo refieren a casa y bohío en una misma parcela o solar remiten a las primitivas edificaciones precarias aledañas a las definitivas que se iban construyendo a medida que crecía la ciudad.

Ligada indeleblemente a esta suerte de facsímil americano de lo que habría sido la sociedad hispana se halla la repartición de solares, la cual, fuesen adjudicados estos últimos gratuitamente o con un canon específico, no fue aséptica desde el punto de vista social, ya que los conquistadores reproducían en América lo visto y vivido, es decir, una especie de corte en el Nuevo Mundo, quizá asumiendo la responsabilidad de instaurar un orden a imagen y semejanza de lo conocido en ultramar. Así, los compañeros más importantes de la jornada encabezada por Diego de Lozada, más este mismo, fueron los que tuvieron acceso originalmente al cuadrilátero primigenio; las décadas siguientes confirman la importancia del currículo, ya que algunos vecinos aludirán a sus propios desempeños como miembros de las huestes hispanas, o a sus ancestros conquistadores, para justificar sus peticiones de terrenos.

Agotados los solares del núcleo central se hizo necesario ampliar los límites de la ciudad para que acogiese nuevos habitantes. Lo que ocurrió entonces en su periferia fue el otorgamiento aleatorio y desordenado, evidentemente no planificado, de terrenos, sin relación alguna con lo convenido inicialmente. Esto último se evidencia a través de los veintiséis años documentados del siglo XVI, en los que la petición de solares por parte de vecinos fue un hecho habitual, pero cuya ubicación, dimensiones y formas despiertan sospechas al asociarse a palabras como quebradas, barrancas, pedacitos y jirones, por citar ejemplos.

Es obvio que el transcurrir del siglo es determinante para la conversión definitiva del otrora campamento militar en una ciudad en la que se hacen presentes infraestructuras como los molinos, la caja de agua y las acequias; animales como las gallinas, puercos, vacas y los bueyes; alimentos como el trigo, pan, queso, casabe, sal, maíz, vino; oficios como panaderos, pulperos, carniceros, carpinteros, zapateros, alarifes o preceptor de gramática; y materiales como las tejas, apenas a veinte años de fundada y cerca de trece de haber escrito Pimentel su citada Relación (Actas, 1573-1600). Ya en los albores del siglo XVII destacaba en ella la presencia de construcciones realizadas con materiales perecederos y no perecederos que se habrían de consolidar tímidamente, como ocurriría con las iglesias, los conventos de San Francisco y Dominicos y el Hospital de hombres de San Pablo. La ciudad que despertaba al nuevo siglo, trascendiendo los problemas derivados de las plagas de langostas, las epidemias de viruelas, o el asalto de Amyas Preston con quema de casas incluida, ya era una ciudad erigida, poblada, vivida, con usos, trama y manzanas que comenzaban a cambiar en función de la construcción de nuevas viviendas donde quiera que ello fuese necesario.

Así, desde entonces, los solares que acogen a las construcciones, y estas mismas, son objeto de mutaciones: ya se subdividen y ya se restringen en superficie y forma, es decir, ya se adaptan al mercado, a las necesidades y a las demandas. Para la fecha, esa ciudad-objeto símbolo de la perpetuidad comienza a perder su aura de eternidad corpórea para acoger los cambios provenientes del verdadero vivir cotidiano del otrora incipiente reducto castrense llamado en las actas Santiago de León, y que comenzaba a convertirse en ciudad principal de la provincia que le daría su apellido: Caracas, hoy devenido en nombre y en urbe.

Datos de las imágenes:
Figura Nº 1. Caracas, siglo XVI (De Sola-Ricardo, 1967, p. 29)
Figura Nº 2. Caracas, siglo XVI, detalle de la propuesta de Pimentel, (De Sola Ricardo, 1967, p. 29)
Actas del Cabildo de Caracas, Tomo I, 1573-1600, (1943), Caracas: Editorial Élite.
De-Sola Ricardo, I. (1967). Contribución al estudio de los planos de Caracas. Caracas: Ediciones del Comité de Obras Culturales del Cuatricentenario de Caracas.

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