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EN LA REVISIÓN DE ESE INTERESANTE EJERCICIO crítico que durante cincuenta años desarrolló Arturo Uslar Pietri con su columna Pizarrón para el diario El Nacional, encontramos un artículo con el simpático título “Humpty Dumpty y la democracia”.
Con su agudeza y elocuencia tan características, Uslar se refería en esas líneas de principios de 1988 a la dificultad, inherente a la condición humana, de asignar significados únicos y totales a las palabras. Señalaba, que tanto para los términos más abstractos –belleza, bien, mal, entre otros– como para los aparentemente más concretos –azul, norte, ciudad, por ejemplo–, las posibilidades de disensión pueden ser enormes y, en el lenguaje político, decía, visiblemente más complicadas que en cualquier otra actividad.
De ahí que se sirviera de uno de los inquietantes personajes de Lewis Carroll en el cuento A través del Espejo, el ovoide Humpty Dumpty, para mostrarnos, como en la discusión que tiene lugar en uno de sus capítulos entre éste y Alicia, había quedado resuelto, de forma “sabia” y “definitiva,” cuando una palabra –democracia, introduce Uslar a sus fines– puede significar cosas diferentes:
– “Cuando yo uso una palabra, dijo Humpty Dumpty, en un tono casi despectivo, yo digo exactamente lo que quiero decir, ni más ni menos.
–El problema es, dijo Alicia, si usted puede hacer que las palabras signifiquen cosas muy diferentes.
–El problema es, dijo Humpty Dumpty, quién es el que manda; eso es todo”.
Si de debatir problemas semánticos se trata, la historiografía de la Arquitectura, al igual que la política para Uslar, puede hacer gala de ello. Bastaría con mencionar aquí al Manierismo, vaga voz de viejas y cándidas raíces vasarianas que luego de transitar y sobrevivir a ciertos desplantes decimonónicos –incluidas las influyentes omisiones wölfflinianas– comienza a fraguar, finalmente sin carga peyorativa, al calor de los intereses de los movimientos de vanguardia de principios del siglo XX, sobre todo de los de tendencia expresionista.
Asimilar el Manierismo en Arquitectura ha sido tarea de décadas de discusión, iniciadas a partir de la célebre tesis doctoral sobre Giulio Romano que Ernst Gombrich realizara en la Universidad de Viena bajo la tutoría de Julius von Schlosser entre 1930 y 1932, a la luz, sin duda, de las expectativas creadas por aquellas afinidades espirituales tan distantes en el tiempo que creyeron ver en él algunos artífices de los autodenominados movimientos artísticos de ruptura que se sucedieron en esas décadas de incertidumbre política y económica.
La complejidad de sus razones históricas, la indefinición de sus fronteras cronológicas, el enorme y polimorfo universo experimental que tras una estética lindante a la ficción en muchos casos, se presenta en las obras de un nutrido grupo de arquitectos italianos del siglo XVI, así como la tentación de extrapolar semejante nombre ambiguo para tantas ambigüedades vistas en la historia de la Arquitectura, nos hacen pensar que, paragonando el preciso ejercicio retórico uslariano y muy claras las licencias comparativas, bien cabría decir, como Humpty Dumpty, que el Manierismo es lo que los críticos quieran decir… “el problema es quien manda; eso es todo”.
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