miércoles, 18 de diciembre de 2013

TITULARES #13 DICIEMBRE 2013



Alejandro Chataing y la Arquitectura de Jardines

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Nacido en Caracas en 1873, Alejandro Chataing es el más notable arquitecto practicante en el país desde fines del siglo XIX hasta su muerte en 1928. Discípulo de Juan Hurtado Manrique, en sus numerosas obras públicas y privadas muestra un heterogéneo despliegue tipológico con revestimiento ecléctico, tal como lo evidencian algunos de sus proyectos reseñados en la Revista Técnica del MOP: Remodelación del Panteón y Biblioteca Nacional (1911); Chalet Las Acacias (1911); Archivos Nacionales y Registro Principal (1912); Asilo de Huérfanos (1912) y Nuevo Circo (1919), en Caracas; y Hotel Miramar, en Macuto (1928). 


  En otro ámbito, Chataing publica una referencia primigenia sobre “Arquitectura de jardines” en la Revista del Colegio de Ingenieros de Venezuela (nov. 1923). Al ofrecer instrucciones para diseñar jardines en casas campestres, vistos como “parte integrante de la vida moderna”, lamenta que un área tan especial se deje a jardineros “que desconocen en absoluto las ventajas de la composición, que… puede crear obra de arte”. Explica que para el trazado puede escogerse entre el sistema de jardín inglés o el francés, el primero se adapta al terreno y no pretende “ni la simetría, ni la majestad, excluye la línea recta” porque busca el “aspecto pintoresco y natural”, y el jardín francés “es obra de creación personal” basado en el “trazado geométrico de caminos rectos, terrazas y prados regulares… para presentar un conjunto con variedad de formas y variados efectos que dan expresión de grandeza”.

  Esbozadas esas ideas, aclara que la opción por alguno de los sistemas no significa una “copia pura y simple… pues la adaptación no es posible debido a la diversidad de clima. Se adoptará la idea francesa o inglesa, pero con elementos de nuestra flora”, así expone conceptos paisajísticos europeos para que sean amoldados a la topografía, clima y flora propios del suelo venezolano. De este modo, Chataing transmite ideas academicistas para proyectar jardines pero deja sentada la necesaria exigencia de vincularlas con las características nacionales, demostrando la mezcla de elementos extranjeros y nativos usuales en su arquitectura. 



Lo católico y lo urbano en la Caracas de mediados del siglo XVIII

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El uso religioso fue significativo en Caracas a lo largo del período colonial y, especialmente, en el siglo XVIII, debido a la conjunción de diversos motivos que partieron siempre de un principio común: la importancia de la creencia y la fe en el sentir de la gente de la época. 


  La parcela de poder correspondiente a la Iglesia Católica no sólo implicaba la ocupación de la ciudad desde el punto de vista de su expansión horizontal, también lo hacía en el horizonte vertical. Y es que las construcciones más destacadas de esa Caracas eran precisamente las iglesias, cuyas fachadas, incluyendo sus campanarios, alcanzaban alturas generalmente equivalentes a más de dos pisos, en un contexto en el que las edificaciones vecinas contaban con uno solo.

  Eso significa que dicha religión tuvo también la posibilidad cierta de impactar, desde el punto de vista volumétrico, a una ciudad de construcciones bajas, en la que levantar los ojos hacia el cielo siempre podía brindar la visión de un campanario, bien fuese en forma de torre, bien en forma de espadaña. Las donaciones de numerosos particulares fueron aportes significativos para la compra de los materiales necesarios a la hora de construir las iglesias, mientras que el aporte voluntario de mano de obra ayudó a completar la edificación definitiva de algunas de ellas, como ocurrió, por ejemplo, con la de Nuestra Señora de Altagracia.

  La obra pictórica Nuestra Señora de Caracas[i] muestra esa panorámica en la que se aprecia como, sobre los techos rojos característicos de las casas, resalta claramente el papel de hitos constructivos que representaron las iglesias Catedral, San Mauricio y Nuestra Señora de La Candelaria por sus elevaciones verticales, probablemente exageradas en la representación. 

  Singular importancia han de haber tenido igualmente las construcciones correspondientes a los conventos. Espacios que abarcaban grandes áreas parcelarias, los de religiosas ofrecían a la calle fachadas convenientemente cerradas, sin más vanos que los correspondientes a las puertas y ventanas estrictamente necesarias, detrás de las cuales toda una dinámica se desarrollaba diariamente entre las múltiples dependencias que los componían: habitaciones, cocinas, comedores y, por supuesto, sus capillas, esas que, como ya se señaló, estaban vedadas a los habitantes de Caracas. 

  Las instalaciones conventuales destinadas a religiosos, por su parte, se supone que se distribuían en espacios internos similares a los de las monjas pero, a diferencia de estos últimos, sí presentaban hacia la calle unas puertas de acceso a las iglesias a las que se hallaban adosadas, ya que a estas si podía acudir toda la población, como ocurría con las iglesias de los dominicos y franciscanos, por ejemplo.

  La construcción de capillas en las áreas periféricas con el fin de facilitar a sus habitantes la asistencia a los oficios religiosos sin que justificasen sus ausencias alegando la lejanía del núcleo central, significó, de parte de la Iglesia como institución, la injerencia, indirecta, en el crecimiento espacial de Caracas. Así, a la edificación de las capillas de la Divina Pastora y de Santa Rosalía, por ejemplo, siguió la ocupación continua de las zonas aledañas, forzando a la ciudad a crecer hacia espacios yermos y desocupados que se constituyeron prontamente en barrios, cuyos habitantes, dotados de una especie de sentido de la territorialidad y de lo que podía significar la ciudadanía, comenzaron entonces a exigir la construcción de puentes, la extensión del servicio de agua o la reparación de calles. Con ello dichas zonas comenzaron a incorporarse, progresivamente, al resto del área más consolidada de Caracas. 

  La religión, además, no sólo se circunscribió a los volúmenes arquitectónicos permanentes para imponer su presencia, ya que también lo hizo con la construcción eventual de dispositivos de arquitectura efímera como los altares, suerte de hitos de escala reducida, así como a partir de la generación de una nomenclatura para las calles; con esas acciones trataba de asegurar la apropiación, visual y espiritual, de los espacios públicos, de modo que la omnisciencia de la Iglesia fuese innegable.

  Puede señalarse entonces que, como actividad, la religiosa ocupó desde porciones de manzanas hasta manzanas completas de superficie espacial; definió un perfil volumétrico significativo para la ciudad e, incluso, llegó a apropiarse temporalmente, desde el punto de vista nominal y funcional, de áreas de uso público como calles y plazas. La frecuencia de dicha apropiación sólo dependió del celo de los dirigentes de la Iglesia y de la propia devoción de los feligreses; la arraigada fe católica de los funcionarios del gobierno permitió esta situación en la que lo terrenal y lo sublime se dieron la mano.


[i] Fuente de imagen: Meneses, Guillermo, Libro de Caracas, Caracas, Concejo Municipal del Distrito Federal, 1972, p. 113


Al encuentro de las ventanas perdidas

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María Elena Hernández


Caracas transita el tiempo y con ella sus ventanas. Nos percatamos de un primer tiempo, es la primera ventana colonial tradicional, forma vigente hasta finales del siglo XIX. Compuesta de enrejados de madera o hierro, empotrados en repisas ornamentadas, voladas sobre las aceras e internamente delimitada por diferentes postigos que regulan la privacidad. Usada socialmente para categorizar viviendas y comunicarnos.


  Esta ventana poseía una riqueza espacial desplegada para advertir un mundo de sujetos y experiencias urbanas, no obstante, comienza a modificarse al introducirse el esquema parcelario de vivienda aislada denominada tipo quinta. Y es así como nos referimos a la segunda ventana, la de la casa quinta, propia del siglo XX, la que se vincula con sus patios o retiros.

  La tipología residencial quinta es emprendida por los arquitectos Manuel Mújica Millán, Tomás Sanabria y Diego Carbonell, vivienda aislada en un esquema parcelario que intenta desprender el uso residencial de la condición urbana. Las ventanas de una quinta no se ubicaban al borde de la calle, se alejaban de ella, interponiendo un retiro de frente o jardín, que garantiza el asilamiento y privacidad de sus habitantes.

  Con la aparición del edificio multifamiliar ocurre otro cambio visible que impulsa la tercera ventana: la del apartamento. De la misma manera que la quinta, el edificio residencial multifamiliar se emplaza en un lote guardando retiros, se aísla de la calle y genera espacios semiprivados como el área de ascensores y escaleras, estacionamientos y accesos comunes, cuyo uso incide en los modos de vida. El habitante de estos edificios se sitúa elevado, reside a 30 metros de altura, mirando desde su ventana, no los rostros de los transeúntes, sino las copas de los árboles, las techumbres de las edificaciones vecinas, el vuelo rasante de las guacamayas y alguna perspectiva del Ávila.

  En Caracas contamos con ensayos ejemplares que todavía podemos visitar, como las residencias Tabaré y Los Morochos, de los arquitectos Vegas y Galia; y las residencias Los Aleros, del arquitecto Mario Breto, entre otros; edificios que evidencian una actitud positiva ante el trópico y en donde la ventana y sus espacios intermedios, como balcones o solapes de protección solar, son estrategias arquitectónicas importantes que marcarán la formación de futuros arquitectos. 

  Las ventanas caraqueñas han cedido su valor social comunicacional en pos de la modernización de la ciudad. Elementos cotidianos para el encuentro y el intercambio, ahora, se han alejado, remontan alturas desde donde divisamos lugares invisibles. Son visiones del mismo escenario, arriba o abajo, en frente o detrás, es Caracas que desde diferentes rincones, nuevamente se muestra.

Papel Literario en homenaje a Caracas

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Cortesía de Papel Literario, del diario El Nacional

EN ESTA EDICIÓN ENCONTRARÁ UN TEXTO de Pablo Antillano sobre Caracas: ver o no ver; Graziano Gasparini sobre La ciudad y el verde; Nelson Rivera sobre William Niño Araque; Roberto Martínez Bachrich sobre Reinventando espacios: Ruta de autor / Trazos de la Ciudad Universitaria.