miércoles, 15 de febrero de 2012

TITULARES #10 FEBRERO 2012

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  •  “Cuando Pérez Jiménez no habían ranchos”: la aritmética deshace el mito | por Beatriz Meza
  •   Los barrios… sumando y restando | por María Isabel Peña
  •   Cuatro relojes | por Javier Cerisola
  •   La galería de Puerto Blohm en Angostura: noticia de un duelo | por Hernán Zamora
  •   Venezuela en la Exposición de Sevilla de 1929 | por Juan José Pérez Rancel
  • “Cuando Pérez Jiménez no habían ranchos”: la aritmética deshace el mito

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    por Beatriz Meza


    TRANSCURRIDO MÁS DE MEDIO SIGLO desde la caída del régimen militar de Marcos Pérez Jiménez (1948-1958), en la sociedad venezolana sigue presente la creencia de que los ranchos se eliminaron en ese lapso gracias a las políticas gubernamentales. 
        El VIII Censo Nacional de Población de 1950 reveló que había 875.704 viviendas y 408.803 (46,68%) eran ranchos —estructura típica de paredes de bahareque, techo de paja o palma y piso de tierra—, de ellos 20.000 situados en Caracas. 
       Ante esta realidad el Banco Obrero (BO) elaboró el Plan Nacional de la Vivienda (1951-1955) para construir 12.185 unidades residenciales en 15 ciudades del país, pero hasta fines de 1953 sólo se erigieron 3.904. A partir de 1954 la acción estatal se concentró en Caracas, donde estudios efectuados por la Gobernación del Distrito Federal y el BO mostraron que para ese año habían 53.000 ranchos en Cerro Central. Para sustituirlos se propone el Programa Cerro Piloto, con el cual se construyeron en siete sectores de la urbe, 40 superbloques de 15 pisos y 150 apartamentos cada uno, para un total de 6.320. 
        La segunda etapa de Cerro Piloto responde al Programa Presidencial para Erradicar la Vivienda Insalubre y se concretó en 1955 con la Comunidad Dos de Diciembre, ubicada sobre el Cerro Central, epopeya constructiva en la cual se levantaron 9.076 apartamentos en 64 bloques de 4 pisos y 38 superbloques (simples, dobles y triples). 
        Los tres planes mencionados son los grandes proyectos oficiales de los años cincuenta, sin embargo, a pesar de representar grandes esfuerzos en la historia de Venezuela, en ningún momento alcanzaron a solucionar el déficit, pues si se suman las 3.904 viviendas erigidas de 1951 a 1954, los 6.320 apartamentos de 1954 y los 9.076 de 1955 a 1957, los 19.300 resultantes constituyen el 37% de los 53.000 ranchos reportados en 1953, esto sin contar que esa cifra se refiere sólo a ese año y a Caracas, y que deja fuera la compleja demanda habitacional que se eleva constantemente. La revisión de estadísticas y de resultados de los planes habitacionales ejecutados durante los años cincuenta confirman que el dicho popular “Cuando Pérez Jiménez no habían ranchos” no va más allá de ser un mito histórico.

    Los barrios… sumando y restando

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    EN VENEZUELA, EL PROCESO DE URBANIZACIÓN al margen de la ciudad formal ocurre con mayor evidencia con la aparición del petróleo (1929). Los asentamientos informales surgieron de una manera espontánea y se disiparon con “plan de machete” en los tiempos de la dictadura (1952-58), reubicándolos en superbloques. En otro momento, se barrieron áreas muy deprimidas y frágiles con planes de renovación urbana, como El Silencio (1944). Ambos casos diseñados por Carlos Raúl Villanueva y diametralmente diferentes en cuanto a propuesta de ciudad se refiere. 
       El fenómeno del zonning [1] en Caracas dio como resultado una alternancia de urbanizaciones y quebradas zonificadas como área verde, logrando una mixtura de tejidos urbanos en el valle principal y con dos extremos colmados de áreas urbanas informales: Petare al este y Catia al oeste. 
        En las quebradas Catuche y Anauco, arquitectos como César Martín logran convencer a la comunidad (1989-99) de salir de las áreas de riesgo para construir, bajo la figura de cooperativa, un ejemplo único, sin pretensiones y con mucha responsabilidad social. 
       Hay un antes y un después con el equipo de trabajo de los profesores Josefina Baldó y Federico Villanueva, basados en la experiencia anterior de la profesora Teolinda Bolívar en Julián Blanco (desde 1969). Se da un paso en las mejoras de barrios, partiendo de ellos como un activo. San Miguel en La Vega, es el primer barrio que construyó y destruyó una ingeniosa casa de la comunidad además de unas viviendas de vanguardia constructiva, diseñadas por los arquitectos Pintó. 
       Una tragedia natural y un cambio político en 1999, sumado a una mirada compasiva hacia los más desposeídos, generó una cantidad de concursos de “habilitación de barrios”. Debía priorizarse un primer frente de obra y generarse propuestas para homologar los barrios al resto de la ciudad. Los profesores Baldó y Villanueva los lideraron con el apoyo del Banco Mundial. Comenzaron con los barrios de Petare y La Vega. No hubo una fórmula única de proceder y proponer. Pocos lograron construir algo de lo planteado. Sólo algunas escaleras y rampas; casas de la comunidad (centros de ideologización) y embaulamientos de quebradas. Las viviendas de sustitución, necesarias para asegurar la construcción de redes de infraestructuras, escasearon. De los treinta y ocho planes dentro de la ciudad de Caracas, sólo Aguachina y San Blas lo lograron. Los planes se engavetaron congelados en un limbo y las instituciones responsables se disolvieron o se fusionaron con nuevos ministerios (1999-2006). 
        Las alcaldías del este, sin capacidad de inversión en vivienda y escasos recursos, sólo pudieron llegar a las mejoras de lo existente (como en Miranda 2008-2011); a la construcción de algunos equipamientos, como el ambulatorio de las Minas (diseño del Oscar Tenreiro 2007), el gimnasio vertical (diseño de los hermanos Pintó 2004), la escuela y el ambulatorio de Bello Campo (2008 de Franco Micucci); o las intervenciones de la casa de la comunidad y escuela municipal en el Pedregal (por la Alcaldía de Chacao en los últimos nueve años), que con calidad arquitectónica, atendieron la inmensa lista de carencias de los barrios y demostraron la transformación posible de la calidad de vida urbana , con intervenciones de buen diseño . 
       El gobierno socialista, por su parte, construyó un modelo de vivienda de sustitución, con bloques “trincote” (Taller Caracas hasta 2008), para ubicarse en los intersticios vacíos de la capital, como en el caso de la urbanización Sol del Ávila, al margen de la cota mil o en la cresta de San Agustín (con mayor número de pisos), sin un planteamiento urbano orquestado y con una limitada calidad arquitectónica propositiva. De las múltiples ubicaciones posibles de esas viviendas pareadas y de altura, se llegaron a ejecutar menos de una sexta parte de las prometidas. En todos los barrios aparecieron módulos hexagonales de dos niveles, para una nueva misión del gobierno, Barrio adentro (desde 2004). 
        Un esfuerzo de conectividad en San Agustín se logró con la construcción del primer funicular a la manera de Medellín. Integrar el barrio a la ciudad, sin embargo, implica una relación en dos sentidos, dar accesibilidad a los habitantes y convertir al barrio en el itinerario de cualquier ciudadano por las nuevas instalaciones de cobertura metropolitana. 
        Nuevamente, se hizo un alto en las intervenciones sobre áreas de barrios para invertir en la construcción de viviendas sin urbanismo (Ciudad Miranda 2007; Ciudad Caribia 2010) para damnificados de una nueva camada de tragedias naturales en los cerros habitados informalmente. Un sólo estrato social, sin mezcla de usos, construidos en terrenos de parques nacionales, zonas de reserva militar, áreas alejadas de accesibilidad, sin equipamientos o infraestructuras. La promesa de un techo a la conquista de votos. Lo importante: el número, no construir ciudad. 
        Las invasiones aparecieron como otra modalidad de auto suplirse de viviendas tras las pérdidas de sus bienhechurías en nuevas tragedias. Hoteles, edificios desabitados, galpones, centros comerciales en construcción (Sambil, La Candelaria) y el máximo exponente, una torre de oficinas con cuarenta y seis pisos se transformó en la nueva modalidad del barrio en vertical (Torre David 2008). Un nuevo frente de intervenciones distintas apareció en el repertorio de los barrios en los últimos dos años, a partir de las limitaciones presupuestarias de las alcaldías del este, en este caso la de Sucre. Por primera vez en la historia de los barrios, se califica el espacio público con la construcción de lugares de encuentro donde niños, coches y gente de la tercera edad pueden compartir. Así mismo, se instruye con conocimientos de albañilería, electricidad y plomería a ciudadanos mirandinos para que mejoren sus viviendas y adquieran un oficio. Dos modelos y una misma ciudad que clama por calidad, seguridad y conectividad (al agua, a la electricidad, a la vialidad, a las redes de información y a los medios). Un simple derecho ciudadano de disfrutar la ciudad deseada, integrada, pensada como una sola, aguarda impaciente por los hacedores de ciudad. 


    [1] Término para la zonificación de origen norteamericano en el momento de la modernidad

    Cuatro relojes

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    LA IMPORTANCIA DEL RELOJ DE LA CIUDAD UNIVERSITARIA no deriva del éxito alcanzado por la entorchada estructura de concreto en la imaginería colectiva venezolana, especialmente en la ucevista. Haberse transformado en ícono, en suerte de imagen de la Universidad Central de Venezuela, probablemente debido a un conjunto de razones entre las cuales están su peculiar morfología, su ubicación, su misma función pública, es un asunto secundario. Una consecuencia más de las muchas que cualquier objeto, sin que nadie se lo haya planteado inicialmente o voluntariamente, puede adquirir en el curso de la historia. 
        Es decir, el reloj de la Ciudad Universitaria no es importante porque se haya convertido en divisa visual de la institución donde se enclava y del inmenso patrimonio moderno que ella posee. Una vía para entender su significado e importancia más trascendentes, debería comenzar por preguntarse qué representa realmente para su tiempo este afortunado adminículo. Qué discurso o cuál o cuántos hasta ahora están configurados y unificados en lo perecedero de su existencia física. 
       Caracas posee entre otros, cuatro relojes que de excelente manera resumen cuatro tiempos, cuatro momentos de su vida urbana y cultural. El de la Catedral, primero de ellos; el donado por Humboldt en su visita a la ciudad; el de la Escuela Gran Colombia, gran grieta en cuanto a arquitectura pública moderna en el país; y éste, de 1953, cuando el ansia de progreso nacional tal vez más avasallante que se haya expresado en la arquitectura con un lenguaje literalmente contemporáneo y sin reveses, desperdigaba con sus formas sobre la capital un ideal moderno que veía sus medios en el peligroso lazarillo de la no renovable per se riqueza petrolera. No es equívoco decir que son cuatro países representados en estos relojes de la ciudad. Cuatro mundos, cuatro sociedades, cuatro culturas sintetizadas con sus respectivos matices hoy ya acumuladas. Los dos últimos, pero sobre todo el de la Ciudad Universitaria —el más arquitectónico de ellos—, representan la estocada final a la Venezuela rural y campesina que de algún modo sobrevivía hasta entonces.

    La galería de Puerto Blohm en Angostura: noticia de un duelo

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    SANTO TOMÉ DE LA NUEVA GUAYANA en la angostura del Orinoco fue el nombre que en 1764 dio el teniente coronel Joaquín Moreno de Mendoza a la ciudad trasladada, aguas arriba, hasta donde el río padre se hace más estrecho; ciudad originalmente establecida en la desembocadura del río Caroní en el Orinoco, por el conquistador Antonio de Berrío en 1595, y a la que desde 1846 el Congreso Nacional cambió el nombre por el de Ciudad Bolívar. 
        Emplazada a fuerza de pólvora, barrenos y palancas de hierro sobre un afloramiento de rocas ígneas, por traza y empeño del gobernador progresista Capitán de Artillería Manuel Centurión, durante la década de su gobierno, desde 1766, la ciudad adquirió su forma a orillas del sempiterno río. 
       Casi setenta y cinco años más tarde, una ordenanza del entonces gobernador, Capitán de Fragata José Tomás Machado, renovó el frente fluvial de la ciudad, adaptando corredores cubiertos ante las ya establecidas edificaciones de las casas comerciales, por lo que se creó uno de los conjuntos de espacios públicos más significativos del país: las galerías del paseo Orinoco. 
        Esa fachada al río era un visible testimonio de cómo la ciudad continuaba haciéndose desde las sucesivas gestiones de sus gobernadores y por el buen hacer de anónimos alarifes: “Al analizar el hecho arquitectónico de Ciudad Bolívar como una secuencia constructiva en el tiempo, desde su nacimiento hasta etapas posteriores de su desarrollo, se reconoce una actividad colectiva que ha estructurado una imagen urbana a partir del sucesivo crecimiento sobre sí misma. Así, sobre las ruinas de los inmuebles construidos durante el periodo de Independencia, surgió la arquitectura republicana reinterpretando la forma constructiva de muros portantes de mampostería mixta con techos de estructura de madera (salto de rata), baldosas de arcillas y cubierta de tejas criolla. Esta tecnología, que mantenía su vigencia, se enriqueció en el siglo XIX con la incorporación de un avanzado conocimiento científico”. [1]
        Luego de citar la primera descripción conocida sobre esas “galerías espaciosas, cómodas y elegantes” del otrora paseo de la Alameda, hecha por el “viajero universal” Francisco Michelena y Rojas,[2] quien llegó a Ciudad Bolívar en 1957, el profesor Graziano Gasparini acota: “Dichas galerías, que constituyen una de las características más sobresalientes de la ciudad, proporcionan un aspecto de sabor antillano único en Venezuela. Las estructuras en hierro fundido, formadas por columnas corintias, toscanas o esbeltas columnillas estriadas, soportan un segundo piso que casi siempre fue un amplio balcón de estar, habitaciones íntimas muy ventiladas y sitios de descanso que controlaban la brisa con romanillas y persianas de los más variados diseños. Las estructuras metálicas, importadas de los Estados Unidos [y de Inglaterra y Alemania], fueron arrimadas a las fachadas de las más antiguas casas angostureñas, cambiando por completo el aspecto originario. Esta agradable solución de protección al peatón y al comercio se siguió en otras casas construidas posteriormente. La aparición de las galerías es posterior a 1850, cuando comenzó el periodo de bonanza derivado de la explotación del oro en el Yuruary primero y de las minas del Callao después”.[3]
       Una de ellas, conocida como la galería de Puerto Blohm, podía destacarse en el conjunto por dos razones: primero, por su ubicación y segundo, por sus características arquitectónicas. 
        Teniendo en cuenta que el Centro Histórico de Ciudad Bolívar se extiende frente al río aproximadamente 2,5 Km, de los cuales 1,5 km están incluidos dentro del polígono de protección;[4] cabe destacar que en esa franja protegida al norte, en una extensión de siete manzanas (poco más de 700 m), se ubican propiamente las galerías del paseo. La galería de Puerto Blohm marcaba el extremo occidental de la fachada histórica. Se encontraba relativamente próxima al sitio que era conocido como La laja de la zapoara, recordado por ser el lugar donde se congregaban los pescadores en agosto, donde cumplían su faena diaria las lavanderas y por donde llegaba la chalana que unía a la ciudad con el resto del país antes de erigir el puente Angostura, en 1967. 
        Era una edificación que alcanzó a durar 187 años y marcaba la importancia que el comercio fluvial llegó a tener para la ciudad: “Para el año 1824, la edificación que hoy conocemos como “Puerto Blohm”, se encontraba en construcción, siendo su propietario Vicente Alfaro, quien en 1849, la vende a Pablo María Pulido, y este a su vez, a la familia Machado, quienes finalmente la dan en venta en 1850 a Wupperman y Cía. Una vez concluida, se instala en ella la firma Blohm y compañía, sucesores de Wupperman y Cía, dando inicio a una tradición marcada por la bonanza del comercio a través del Orinoco”.[5]
        La arquitecta especializada en restauración Mildred Egui Boccardo explica que Wupperman y Cía. era la razón social de una casa comercial establecida en Angostura por Adolfo Henrique Wappaus, Adolfo Wupperman, George Blohm y C. A. Gellert, en 1843.[6]
        Tipológicamente, las casas de galerías en el Paseo Orinoco presentaban dos plantas: una a nivel de la calle, destinada a la actividad comercial y una por encima de aquella, destinada a alojar la vida doméstica. Dado el relieve abrupto y rocoso que caracteriza a la ciudad, por lo general se observaba una diferencia de área entre ambas plantas; siendo la superior mayor que la inferior. La casa de la galería de Puerto Blohm también era una edificación de dos plantas, mas se distinguía por la escala y relaciones de sus estancias, las cuales parecían estar primordialmente dispuestas para alojar la actividad comercial en la totalidad de sus dos pisos, comunicados por un notable atrio central, iluminado cenitalmente. Como casi todas, estaba constituida por muros soportantes de mampostería de rocas, ladrillos, ripios y mezcla de barro; enlucidos y encalados o pintados; techada con cubiertas horizontales armadas con pares y correas de madera, y losetas de panelas de arcilla y torta de barro. 
        En términos muy generales, la galería de Puerto Blohm se correspondía con las características típicas observadas en todas las galerías del paseo construidas en el siglo XIX. Estaba conformada por dos estancias en diferentes niveles: abajo, la de corredor público a la calle y arriba, la de terraza cubierta con vista al río, modulada por la fachada en tres zonas, guardando simetría. Su tectónica se correspondía con la de las edificaciones tradicionales en las Antillas y el Caribe, esto es: un entramado, predominantemente realizado en madera, que creaba una serie de estancias que mediaban entre el interior y el exterior, protegiendo al primero de las fuerzas de la intemperie, otorgando gratas sombras y ventilación. La formalización de su fachada evidenciaba el clásico principio de composición tripartita en la mayoría de sus componentes, asumidos siempre de manera ecléctica. Las columnas eran de hierro colado, en ambas plantas; las de abajo, con ornamentación y proporciones que recordaban al orden toscano y las de arriba, notablemente esbeltas y estriadas, recordaban un orden corintio. El entrepiso era un entablado sobre pares y soleras de madera, mientras que la cubierta presentaba las mismas características anteriormente descritas. 
        De su fachada, llamaba especialmente la atención lo que podría describirse como “sobriedad” de su composición, expresado en lo que nos atrevimos a clasificar como “apariencia neo-clásica”. En el nivel de la terraza cubierta se distinguían dos tipos de cerramientos en los intercolumnios: uno que sugería una variación de la composición de una ventana conocida como serliana, palladiana o veneciana, y el otro que podría describirse genéricamente como renacentista. De carpintería de madera y vidrio, aquella estaba compuesta predominantemente por paños basculantes de romanillas, con un tímpano de vidrio incrustado en un arco de medio punto, situado en la parte media superior; mientras que la otra estaba compuesta por travesaños y maineles de madera, ordenando una retícula de paños de vidrio enmarcado en madera y romanillas, unos fijos, otros deslizables. Salvo la orla (una tabla con la que se cubrían las puntas de los pares en el alero del techo), la ornamentación estaba realizada con el predominio de líneas rectas. Toda la carpintería del ventanaje se apoyaba en un antepecho de albañilería de ladrillo, enlucido, modulado por tres nichos que reforzaban visualmente la composición. 
        Tuve la dicha de colaborar en el levantamiento y diagnóstico de la galería de Puerto Blohm. 
        Recuerdo las mañanas que pasé solo, en su terraza cubierta, dibujando, midiendo, imaginando la vida que creó esa inolvidable estancia y que persistía en el crujir de sus elementos. En ese lugar supe del río en el que nos vamos, de sus sombras, de las telarañas que reflejan nuestros recuerdos hechos de polvo; supe del perdón de la madera y la inefable transparencia de un vidrio antiguo, por el que nos distorsionamos al convertirnos en el paisaje por el que una vez intentamos ser. 
      En la galería de Puerto Blohm supe, un día, que fui feliz porque estaba donde quería estar, acompañándonos en la impronunciable fe de un amor que sólo comprendimos cuando el ocaso penetró entre las llagas de las piedras.
        Hoy, de esa soberbia edificación sólo quedan sus ruinas. El inaudible testimonio de un crimen contra nuestra memoria. Un crimen que no sabe nombrarse. Un duelo que a nadie convoca. 
        Otras paredes habrán de erigirse sobre ese antiguo suelo. Paredes que serán reales, impávidas, concretas. Infelizmente concretas sobre la muda oscuridad en que, parece, nos vamos convirtiendo. 

    Índice de ilustraciones: 
    01_Ciudad Bolívar en la angostura[7]
    02_Ciudad Bolívar desde la piedra del medio[8]
    03_Galerías del paseo[9]
    04_Galería Puerto Blohm_c1892[10]
    05_Galería Puerto Blohm_planta[11]
    06_Galería Puerto Blohm_sección[12]
    07_Galería Puerto Blohm_corte galería[13]
    08_ Galería Puerto Blohm_detalle fachada[14]
    09_ Galería Puerto Blohm_ruina[15]


    Notas
    [1] Instituto del Patrimonio Cultural, 2003. Bolívar 1, Ciudad Bolívar en la angostura del Orinoco. (Serie Inventarios. Cuadernos del Patrimonio Cultural, 6). Caracas: Instituto del Patrimonio Cultural en cooperación con la Gobernación del estado Bolívar; pp. 43-44 [2] Autor de Exploración oficial…, una reseña de los viajes fluviales que ese político y diplomático, oriundo de Maracay, hizo por América del sur. [3] Gasparini, Graziano (1983) La ciudad de Bolívar, en: revista bimestral de cultura Armitano Arte, Nº 4. Caracas: Editorial Armitano; pp.67-68. [4] Declarado Monumento Histórico Nacional, según Gaceta Oficial Nº 34.634 del 14 de Enero de 1991. El frente protegido del Centro Histórico abarca desde la calle El Pilar, al oeste, hasta la calle Anzoátegui, al noreste. [5] Oficina Técnica del Centro Histórico de Ciudad Bolívar (1995) Cultura y patrimonio en Ciudad Bolívar. Realidades de una gestión. 1990-1995. Ciudad Bolívar: Gobernación del Estado Bolívar en convenio con Fundarte/Alcaldía de Caracas; p. 98 [6] Egui Boccardo, Mildred (1990) Estudio y propuesta de uso en la manzana “Puerto Blohm” en el Centro Histórico de Ciudad Bolívar. Memoria descriptiva. Ciudad Bolívar: CVG, Oficina de Estudios Urbanos; (inédito). [7] Fotografía de Thea Segall. Tomada de: Rodríguez, Manuel Alfredo (1982) La Guayana del Libertador. Vizcaya: International Publishing Projects para CVG Ferrominera del Orinoco, p. 22 y 50. [8] Fotografía de Henry Corradini. Tomada de: Mata Gil, Milagros (1998) Navegaciones y regresos, en: Revista Bigott, Nº 45, año XVI, Abril, Mayo y Junio de 1998. Edición especial: Orinoco imaginario; Caracas: Fundación Bigott, p. 81 [9] Fotografía de Graziano Gasparini (1983) La ciudad de Bolívar, en: revista bimestral de cultura Armitano Arte, Nº 4. Caracas: Editorial Armitano; p.70. [10] Fotografía SddA. Puerto Blohm, Paseo Orinoco, Ciudad Bolívar; circa 1892. Tomado de: Pineda, Rafael (1984). Cien años de fotografía en el Orinoco-Guayana. Caracas: CVG-EDELCA [11] Dibujo de Arq. Mildred Egui Boccardo. Tomada de: Oficina Técnica del Centro Histórico de Ciudad Bolívar (1995) Cultura y patrimonio en Ciudad Bolívar. Realidades de una gestión. 1990-1995. Ciudad Bolívar: Gobernación del Estado Bolívar en convenio con Fundarte/Alcaldía de Caracas; p. 98 [12] Dibujo de Arq. Mildred Egui Boccardo. Ibídem. [13] Dibujo de Hernán Zamora. Archivo personal. [14] Dibujo de Hernán Zamora. Ibídem. [15] Fotografía de Hernán Zamora; Abril, 2011. Archivo personal.

    Venezuela en la Exposición de Sevilla de 1929

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    por Juan José Pérez Rancel 



    ENTRE LA PUBLICIDAD PREVIA a la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929, destaca la gira americana de la maqueta de 67 m2 de la Exposición, una efectista manera de estrechar lazos para la causa iberoamericanista y para la organización de la feria. Esa visita también se hizo a la capital de Venezuela, gracias a las gestiones de los empresarios Silvestre y Alfredo Delgado, quienes organizaron el traslado a Caracas de los componentes de la maqueta, para mostrar en escala un pedazo de aquel esperado acontecimiento. Los Delgado también organizaron la exhibición de las perspectivas de los pabellones y las fotografías de las construcciones que se levantaban para el evento. 
        En Sevilla, los organizadores de la Exposición no contaron con los arquitectos venezolanos de entonces para proyectar el pabellón que representaría a Venezuela, sino que encargaron a un arquitecto español, Germán de Falla. El modesto pabellón fue ubicado en un ángulo de los Jardines de las Delicias, en un área atravesada por la avenida Reina Victoria y entre los pabellones de Guatemala y Argentina, diagonal a la Plaza de América, de espaldas al río Guadalquivir, dando frente al Parque de María Luisa, una de las principales atracciones paisajísticas de la Exposición. 
        El edificio no recordaba formalmente a nada que tuviera que ver con la venezolanidad o al menos con la arquitectura colonial española heredada por Venezuela, que estaba poniéndose de moda en esos años con el Neohispanismo. El pabellón venezolano, proyectado por el hermano del gran músico Manuel De Falla, era de un sólo nivel, planta regular y simétrica en cruz; corredores y arcadas rodeaban un patio central que articulaba los tres salones de exhibición con el hall de acceso, al cual se ingresaba desde la avenida de Las Delicias. Ante ésta, la fachada destacaba por un volumen saliente que contenía un desproporcionado vano con arco de medio punto, además de cornisas de filiación indefinida con extraños pináculos sobre sus esquinas. La delegación venezolana publicó un folleto oficial escrito por el ingeniero Alfredo Jahn titulado Aspecto Físico y orígenes étnicos de Venezuela, muy a tono con las celebraciones de la raza, ideología de fondo tras la feria sevillana.