lunes, 20 de septiembre de 2010

Venecia o la inmortalidad urbana

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EL CASO MÁS REPRESENTATIVO del ideal de ciudad a la escala del hombre es Venecia. Como una joya encontrada sin transformaciones y alteraciones externas se puede decir que —a pesar de su elegante anacronismo— estar en Venecia es como visitar el cuerpo del ser amado con la certeza de su inmortalidad.
     La Gioconda tiene fama de ser el cuadro más visto y conocido del mundo. Algo similar pasa con Venecia. Quizás no es la ciudad más funcional así como la Mona Lisa puede que no sea el mejor cuadro de Leonardo, pero entre ambos ejemplos existe un hecho común: la imagen de la mujer vinculada con la noción de perfección. Para Leonardo, el paisaje transmuta hasta materializarse en divina imagen femenina. Venecia tiene la suerte de no haber sido tocada: ningún efecto colateral ha podido alterarla, salvo alguna que otra mancha funcional abstracta. Por eso es el lugar más apropiado para dos cosas: enamorarse y aprender humildemente las mejores lecciones sobre espacios de arquitectura urbana posibles.
     Como Venecia no muere, su lección es permanente. Primero, su increíble forma de pez en el agua, lo que nos demuestra que una ciudad puede tener forma legible. Luego, el signo de los equilibrios en un círculo inmenso cruzado por el seseo del Gran Canal como una serpiente, otra lectura que muestra que los símbolos son patrimonio humano de asociación y transposición de mensajes imperecederos. En el interior se desarrolla el laberinto por excelencia, pero acotado en parroquias o distritos: San Marco, San Polo, Santa Croce, Dorsoduro, Castello, Cannaregio... y los periféricos Giudecca, Burano y Murano.
Cada lugar conserva intacta la escala apropiada de intervención: los arquitectos venecianos interpretaron musicalmente el espacio, dándole a cada lugar las vibraciones que completan el cuadro de armonías. Mientras tanto, todo aquel que construye lo hace con el respeto que influyen las fundaciones de pilotes de madera sobre el fondo de la laguna, siempre con las proporciones ajustadas a las formas que resultan de materiales eternos: ladrillo, piedra y madera.
     Es así como la paradoja de la inmortalidad surge de la fragilidad del organismo resultante, pues el trazado urbano de Venecia está definido por las corrientes de agua: se construyó donde el agua no se mueve. Los constructores arrojaban pequeñas ramas al agua para verificar las corrientes. Acto seguido, levantaban cercos de pilotes de madera hincados e impermeabilizados para extraer el líquido y proceder a las bases de fundación. El resto fue acomodarse en la estrechez del espacio mínimo para circular con transporte acuático y pedestre. El Rialto (río alto) es el surco de agua mejor conocido como "Gran Canal", sobre el cual se colocó el puente más importante: Ponti de Rialto, la avenida principal que penetra y cruza la ciudad transversalmente.
     Existe un recorrido hilo —o conducto digestivo— a través de la Calle del Comercio, que cruza el Rialto y culmina en el Mercado. Hay otro recorrido que culmina en el Hospital de San Pedro y San Pablo: las góndolas mortuorias esperan para dirigirse al islote del Cementerio, Isola de San Michelle. Toda la ciudad funciona como un organismo vivo: en las lecciones de espacios urbanos a escala humana, en la interpretaciónn arquitectónica de temas como luz y agua, vibratos y esfumatos de una ciudad cuyo paisaje permite el trabajo de superficie y la evaporación de las formas en ascenso. Es tal su belleza que la reverencia surge de inmediato, con lágrimas y un profundo deseo de compartirla. El urbanismo y la arquitectura por venir tienen en Venecia la emulación y el repertorio, si no en las dimensiones y la geografía, en la sublime exaltación del lenguaje de las formas.

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