martes, 5 de abril de 2011

Paisajes en proceso. El interés del arte por la autoconstrucción

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EL RECORRIDO DESPLEGADO POR EL ARTE en la segunda mitad del siglo XX puso la mirada en aquellas estructuras de análisis, representación, y producción encargadas de comprender los espacios urbanos y naturales como materia prima para el proyecto, codificando sus datos a través de procesos creativos que encontraron su campo de acción en el paisaje. Hubo un cambio de paradigma: los artistas salieron de los límites del museo y del interior de su disciplina, tras la búsqueda de espacios con contenidos cada vez más distintos, transgresores de una concepción estética, menos convencional, más espontánea, menos evidente y más autónoma.
   Esta inversión de valores hizo que muchos encontraran en las estructuras de borde su mayor estimulación, aquellas marcas de la ciudad donde los procesos de degradación y transformación representaban un hecho tan inevitable como interesante, lejos de la producción elitista del especialista. Aquellas en las que las realizaciones del hombre común, inmerso en su cotidianidad, construían el paisaje de su propio hacer, y que los artistas —con más entusiasmo que ironía— empezaban a reconstruir.
    Robert Smithson despertó el interés por estas estructuras, uno de los primeros en descubrir los procesos de destrucción y renovación que podía vivir la arquitectura, a partir de la intervención de los usuarios dentro de un hacer liberado del proyecto, marcado por la improvisación, ingenuidad y progresividad de las operaciones, siempre inacabadas, siempre en transformación. Este artista de nacionalidad norteamericana, viajó en 1969 desde su residencia en Manhattan a un hotel en la península de Yucatán y ahí se encontró con este edificio: una estructura casi en ruinas por un lento proceso de degradación. Al hospedarse empezó a descubrir con asombro las columnas sin techo, los pasillos sin destino, los materiales de construcción arrumbados por todas partes, una “arquitectura desarqueturizada”, donde se hacía imposible determinar cómo comenzó, pero, sobre todo, cuándo o cómo terminaría su construcción.
    El artista, alucinado, recoge fotografías mostrando el ciclo de decadencia y renovación atravesada por el edificio tras las continuas reformas que sus dueños acometían contra él. La naturaleza y las interacciones del ambiente deterioran las estructuras progresivamente, mitigando su integridad, pero proporcionándole una nueva identidad, una identidad tan fuerte como la que Smithson descubrió en el Hotel Palenque, pero que nosotros cotidianamente encontramos en el paisaje de nuestras ciudades latinoamericanas.

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