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por Maya Suárez
CONSTRUIR EN UN LUGAR con mucha identidad siempre resulta un gran compromiso. Allí, la preexistencia de la arquitectura siempre estará definida por un conglomerado de imágenes, costumbres y modos que —juntos— conforman la memoria del lugar. El proyecto tiene, entonces, la labor de mediar entre memoria y tiempo: establecer el vínculo entre lo existente y lo que vendrá a partir de su inserción, transformar sin romper la continuidad, edificar lo nuevo y diluir sus límites en el contexto.
La arquitectura blanca de Aires Mateus es mucho más que un tema meramente formal. Puede que las fotos nos resulten estériles, pero en ellas se aprecia su sensibilidad y el respeto por el lugar. Los edificios no se conforman con adaptarse o repetir aquello que los rodea, sino que construyen o complementan el paisaje, se convierten en objetos necesarios, pertenecen al contexto y el contexto les pertenece ellos. El manejo de la forma se hace en función de establecer nuevas relaciones con aquello que los rodea, sin hacer demasiado énfasis en el uso. Las intenciones con respecto a la preexistencia son claras y se expresan con formas simples pero contundentes: no hay adornos, nada sobra, la arquitectura se limita a un trabajo de volúmenes y superficies.
Cada proyecto explora y responde de manera distinta a las condiciones del lugar. Pero, aunque es un elemento fundamental para la concepción de la idea, no la legitima. El objeto se justifica en sí mismo, en su capacidad para formalizar su lectura abstracta del entorno, en la manera de apropiarse y transformar el paisaje. El lugar está allí: está antes que el proyecto y es independiente de él. El proyecto, por su parte, no existe sin un lugar y de allí su cuota de dependencia. Pero esta dependencia no consiste en sublimarse ante la preexistencia sino en la capacidad de hacer una interpretación crítica de ella. Para Aires Mateus cada edificio es una hipótesis de futuro.
Me encanta
ResponderEliminarUn beso
Guadalupe Tamayo