viernes, 24 de junio de 2011

Los edificios altos


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ES CONOCIDO QUE EL ORIGEN DEL RASCACIELOS MODERNO está asociado con el desarrollo de la tecnología. Las nuevas posibilidades que ofrecía permitieron construir más pisos de los que se habían hecho hasta las últimas décadas del siglo XIX. La invención del ascensor fue imprescindible, de nada servía poder construir más pisos si pocos podían subir a ellos. Gracias a ambos se ha podido repetir el área de una planta cada vez más veces, a medida que ese desarrollo ha continuado.
Los primeros edificios altos no lo eran tanto. Tenían unos diez pisos, más o menos el doble de lo que se puede subir por una escalera. Se construyeron en varias ciudades de los Estados Unidos, sobre todo en Chicago y Nueva York. Unos junto a otros, adosados según los criterios de la ciudad tradicional que estaban transformando, fueron configurando una escala hasta entonces desconocida.
Los arquitectos tuvieron que enfrentarse a un nuevo tipo con unas proporciones completamente diferentes. No había antecedentes para aquellas novedosas dimensiones. Muchos de los primeros edificios altos se resolvieron como si fueran varios superpuestos.
Louis Sullivan solucionó el problema apelando a la tradición de dividir los edificios en tres partes. Un basamento y una gran cornisa en los extremos, con un número variable de pisos entre ambos, convertidos en un solo cuerpo mediante pilastras sobresalientes. Una columna, sobre la que ironizó Loos en el concurso para el Chicago Tribune.
Desde entonces el rascacielos se ha seguido transformando. El aumento de su altura condujo al escalonamiento para respetar el gabarito. El estilo Art Decó modificó su apariencia: las ornamentaciones geométricas le dieron un aspecto novedoso, más acorde con su juventud, y la solución de las fachadas mediante estrechas bandas verticales enfatizó con orgullo su nueva dimensión.
Mies van der Rohe sustituyó este modelo por otro conforme con el desarrollo alcanzado a mediados del siglo pasado: la torre que se eleva en contrapunto al espacio que ofrece a la ciudad, con una fachada de piezas industriales, que se perfecciona en cada solución.
La universalidad y la flexibilidad de estos modelos han permitido una enorme variedad de soluciones particulares. La mayor parte de los edificios altos de la segunda mitad del siglo XX, y de lo que llevamos de este, revelan su vigencia. Pero en la relación entre lo universal y lo particular la balanza ha ido inclinándose a favor del segundo. En la carrera por sobresalir no sólo en altura, sino sobre todo en apariencia, el resultado ha ido perdiendo la coherencia con la disciplina. Por eso cada vez los tomamos menos en serio.

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