lunes, 7 de noviembre de 2011

¿Babel?

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CUANDO PIENSO EN RASCACIELOS me viene siempre a la memoria la historia de la Torre de Babel y su trágico final. Los hombres desafiaron a Yahveh construyendo una torre tan alta que llegara al cielo, para hacerse famosos y nunca más estar dispersos sobre la faz de la tierra. En castigo Yahveh dispersó y confundió las lenguas de aquel pueblo unido en un lugar, por un sólo idioma y con un sólo propósito. Hoy, ese pueblo disperso ha logrado unificar, en varios lugares, la misma intención con un sólo idioma: la del rascacielos resplandeciente.
    Para Hugh Ferris (1889-1962), dibujante y arquitecto norteamericano, el rascacielos resume “nuestro dominio civilizatorio sobre la naturaleza” porque en él se conjugan las capacidades tecnológicas de dominación, es decir, la coincidencia entre la constitución tectónica y la expresión simbólica en la Arquitectura. En sus dibujos, Ferriss neutraliza la opresiva masividad de sus propuestas formales (The Metropolis of Tomorrow) con teatrales efectos de luz, haciéndolas aparecer como gigantescas formaciones cristalinas. El cristal representa en sus diseños el orden numérico y geométrico de la naturaleza. Así, lo cristalino es la materia idónea para una “cultura que sólo se reconoce en la subordinación de la naturaleza a las leyes abstractas de la razón” (Eduardo Subirats, La flor y el cristal). Pero aunque para Ferriss la dimensión histórica de esa dominación no es política sino cultural, en algunos, quizá ya muchos casos, los resplandecientes rascacielos de cristal sólo hablan de poder y dominio económico, si no cómo explicarnos el 11 de septiembre o el espejismo de Dubai.
    “Architecture never lies” (la Arquitectura nunca miente) afirmaba Ferriss y, sin embargo, pareciera que ha mentido mucho. Si valoramos esta afirmación, ha llegado el momento de repensar el rascacielos. De allí que son bienvenidas las iniciativas como “The Annual Skyscraper Competition” que la revista eVolo organiza desde hace relativo poco tiempo. Su propósito es redefinir, a través de un concurso internacional, el diseño del rascacielos en lo relativo al uso de nuevas tecnologías, materiales y programas, adaptándolos a nuestras cada vez más precarias condiciones ambientales y variadas condiciones culturales. En definitiva, restituir el balance de nuestro “poder civilizatorio”. Quizás así, por esta vez, Dios tenga piedad de nosotros.

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