miércoles, 15 de febrero de 2012

Cuatro relojes

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LA IMPORTANCIA DEL RELOJ DE LA CIUDAD UNIVERSITARIA no deriva del éxito alcanzado por la entorchada estructura de concreto en la imaginería colectiva venezolana, especialmente en la ucevista. Haberse transformado en ícono, en suerte de imagen de la Universidad Central de Venezuela, probablemente debido a un conjunto de razones entre las cuales están su peculiar morfología, su ubicación, su misma función pública, es un asunto secundario. Una consecuencia más de las muchas que cualquier objeto, sin que nadie se lo haya planteado inicialmente o voluntariamente, puede adquirir en el curso de la historia. 
    Es decir, el reloj de la Ciudad Universitaria no es importante porque se haya convertido en divisa visual de la institución donde se enclava y del inmenso patrimonio moderno que ella posee. Una vía para entender su significado e importancia más trascendentes, debería comenzar por preguntarse qué representa realmente para su tiempo este afortunado adminículo. Qué discurso o cuál o cuántos hasta ahora están configurados y unificados en lo perecedero de su existencia física. 
   Caracas posee entre otros, cuatro relojes que de excelente manera resumen cuatro tiempos, cuatro momentos de su vida urbana y cultural. El de la Catedral, primero de ellos; el donado por Humboldt en su visita a la ciudad; el de la Escuela Gran Colombia, gran grieta en cuanto a arquitectura pública moderna en el país; y éste, de 1953, cuando el ansia de progreso nacional tal vez más avasallante que se haya expresado en la arquitectura con un lenguaje literalmente contemporáneo y sin reveses, desperdigaba con sus formas sobre la capital un ideal moderno que veía sus medios en el peligroso lazarillo de la no renovable per se riqueza petrolera. No es equívoco decir que son cuatro países representados en estos relojes de la ciudad. Cuatro mundos, cuatro sociedades, cuatro culturas sintetizadas con sus respectivos matices hoy ya acumuladas. Los dos últimos, pero sobre todo el de la Ciudad Universitaria —el más arquitectónico de ellos—, representan la estocada final a la Venezuela rural y campesina que de algún modo sobrevivía hasta entonces.

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