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Guadalupe Tamayo
Cuando uno visita un museo las obras, por lo general, están expuestas en paredes, paneles o existen pantallas digitales. Pregunto: ¿cómo ha de ser un museo de arquitectura? Quisiera reflexionar sobre el museo de arquitectura que diseñara Oswaldo Mathias Ungers. Para ello, el arquitecto seleccionó una edificación patrimonial relevante y la adaptó matemáticamente. Ungers realizó un vaciado del espacio interior y dentro colocó una miniatura de casa. La exhibición es la Arquitectura en sí misma. Allí se da un juego de envolventes, una acción lúdica de ingeniosa matemática. Al centro del espacio se exhibe lo importante: la verticalidad, la maravilla de estar envueltos dentro del juego espacial impoluto. Aquí Ungers presenta un espacio arquitectónico con penetraciones lujuriosas de luz, que rozan y acarician las paredes blanquecinas. Sólo a un alemán se le pudo ocurrir esta idea perfecta, un alago para la Arquitectura, mostrarla a sí misma en su desnudez, en su perfección inmaculada, producto de su pasión por el cuadrado. En las dos fotos que acompañan este texto se develan las intenciones creadoras: la casa dentro de la casa, el esplendor de la espacialidad y la luz.
Algunos profesores y alumnos de la FAU realizamos una visita al MUSARQ. Juan Pedro Posani, constructor del edificio, explicó sus virtudes y defectos. Resaltó que esta edificación corresponde a “una necesidad social de acercar la arquitectura al ciudadano”. Posani dijo que en ese terreno existía, inicialmente, una plazoleta de acceso al recién restaurado Nuevo Circo. Entonces había un vacío que conectaba visualmente a la avenida Bolívar. No obstante, por distintas circunstancias, se decidió colocar allí una edificación destinada a la venta de artesanías. Esta se había comenzado a construir y, de pronto, por condiciones desconocidas, esta caja se transformó en el Museo de Arquitectura.
Es posible que otro resultado se hubiese logrado, si diferentes tomas de decisiones se hubiesen concretado. Conciliar el pasado y el presente hubiese sido una buena estrategia. Haber pensado en una solución que conectara a la avenida con el Nuevo Circo hubiese sido un acierto. Un edificio en el cual quedara mimetizado el volumen museístico, bajo un mar de escalinatas, a la mejor manera de la Plaza España en Roma. Si esto se hubiese considerado, obviamente otro sería el resultado. Diseñar una caja tecnológica que absorbiera el estruendoso ruido de la avenida, hubiese sido prudente. Una respuesta en donde pasado y presente se conciliaran. En MUSARQ faltaron decisiones enérgicas. También se tomaron medidas apresuradas que dejaron huellas de lo “pendiente”: una caja premiosa e inconclusa. El tiempo dirá si ellos con sus disposiciones estaban acertados o no.
Un alumno en la conversación con Posani reprochaba el aspecto general del edificio, a lo cual él respondió que de alguna forma así es nuestra realidad: inacabada, imperfecta, producto de la inmediatez. Ante esa afirmación me parece oportuno recordar unas palabras de Claudio Pastro: “La belleza genera belleza”.
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